Hilda Martín García

El mar y el recuerdo

27 de julio 2016 - 01:00

Calla. No existe el pasado. No hay nada que perdonar. Empecemos a vivir desde hoy. Mira, el mar. El mar no sabe nada del pasado. Ahí está. Nunca nos pedirá explicaciones.

Falcones.

La Catedral del Mar

Si tuviéramos que pedir perdón al mar por no prestarle la atención que merece, si el mar estuviera esperando que algunos de nosotros volteáramos la mirada al horizonte para ello, si aguardara tibiamente a que apreciáramos la riqueza que procede de sus olas, todo en esta ciudad antigua y vieja cambiaría.

Pero el mar, como dice Falcones, no necesita perdonarnos, nos ampara siempre, o ya de nuestra pura desidia nos hubiera devorado como a la Atlántida. Y sigue ahí, impertérrito, somnoliento y cansado, anacrónico si no le ponemos marcos arquitectónicos, lleno de alicientes en verano y de olvidos e ignominia en los fríos días de enero.

Pero mírenlo, como se mira los ojos de una novia al levantar el blanco tul que la cubre. Mírenlo en la plenitud del ocaso, cuando el sol anaranjado y ácido le hace explosionar de hermosura desde el antiguo paseo de las Delicias. Observen que no se cansa de abatir con sus olas la gastada zapata de los baluartes y murallas, que de tanto roce el cariño se ha hecho eterno y a lamidos coquetos y sensuales ha esculpido piedras y madréporas.

El mar no recuerda. Si recordara lo que fue, si tuviera grabado en los surcos de su piel los registros de navíos del pasado y las cuentas de las miles de mercancías que descargaron los gallegos por la Puerta del Mar, moriría de nostalgia y de tristeza.

Esta ciudad se sabe mojada de forma perpetua por el océano. Y de tanto tenerle cerca, de tanta humedad constante, ha olvidado que la única riqueza posible en esta isla pequeña solo puede venir de las aguas que la envuelven.

Ahora, en estos días, justo cuando el mar es más cálido, llenamos las dársenas de gallardetes y banderolas y poblamos las tranquilas y quietas aguas de hermosos navíos y buques para tranquilizar nuestras conciencias. Y no digo que no sea justo ni necesario, solo que es más que justo y más necesario que nunca.

Y entonces, de vez en cuando, como quien lleva flores a un muerto, adornamos la Puerta del Mar de esta ciudad milenaria y nos congratulamos y quejamos de lo que puede ser esta villa y de lo que nunca volverá a ser si seguimos sin mirarnos en el mar.

Me alegra que en estos días se mire a sus azules aguas, aunque sea cada cierto tiempo, pero mientras nuestras pupilas no se vuelvan turquesas de tanto fijarnos en él no recuperaremos nuestra historia.

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