Matones

Postrimerías

04 de marzo 2025 - 03:04

Después de décadas invocando fantasmas para justificar sus fracasadas recetas políticas, los antifascistas profesionales tienen por fin un motivo de peso para denunciar el nuevo orden que proyectan los ideólogos de la Casa Blanca, de momento sirviéndose del imprevisible fantoche al que manejan o creen manejar desde la sombra. No está claro todavía si el plan diseñado por los rasputines tendrá trazas neofeudales o logrará resucitar –gran hallazgo– el imperialismo del siglo XIX, pero es evidente que el peligro existe y que los envalentonados figurantes de la internacional patriótica, al margen de sus poses histriónicas y sus contradicciones irresolubles, ya no se sienten obligados a respetar los principios que han venido sustentando la actuación de unas democracias para las que el llamado amigo americano, pese a la tradicional hostilidad de la facción antiyanqui, fue siempre un referente desde los padres fundadores. Conviene leer a sus partidarios para saber hasta qué punto están crecidos y cuánto se parecen a los agrios redentores de signo inverso –al final, lo que sueltan son sermones– en su compartida reivindicación de la razón populista. La ya famosa escena de la humillación pública al presidente de Ucrania, donde no se sabe si impacta más la acostumbrada grosería del hombre naranja o la calculada admonición de su segundo, quedará para los restos como una muestra de la bajeza a la que pueden llegar los dirigentes políticos cuando se comportan –bien lo sabemos los españoles– como matones en una gresca. Más allá de la controversia de fondo, el malestar que provoca el episodio tiene que ver con los modos chulescos y retadores que los anfitriones, o sea los hombres más poderosos del planeta, emplean para acallar el discurso de su invitado, quien desde una posición de manifiesta inferioridad se limita a señalar lo obvio: la palabra del tirano ruso no vale nada y cualquier concesión será inútil si no va acompañada de garantías que impidan que pasado un tiempo –el que necesite para renovar sus mermados arsenales– vuelva a la carga con la ventaja que le proporcionan su absoluta falta de escrúpulos morales y la disponibilidad casi ilimitada de una reserva de carne de cañón, nacional o importada, con la que no puede ni podrá competir ningún país libre. A la vista del penoso desencuentro, queda claro que nunca hasta ahora la presidencia de Estados Unidos, la gran nación a la que tanto deben la libertad de los europeos y el moderno imaginario de Occidente, había sido encarnada por un individuo tan miserable, cuyas odiosas maneras harán que se revuelvan en sus tumbas los huesos de los viejos patricios republicanos.

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