Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
La Rayuela
KYLIAN Mbappé, la gran estrella del fútbol francés que se viene a vivir a Madrid, ha hablado de política, ha animado a los jóvenes a votar y a evitar los extremos para garantizar valores como la tolerancia, la integración y el respeto. Y se ha liado. La polvareda levantada en plena campaña electoral del país galo sobrepasa sus fronteras y se convierte en un tema de debate mundial: ¿deben o pueden los deportistas y otras estrellas del espectáculo difundir su ideología o sus posiciones puntuales sobre asuntos que afectan a los gobiernos? No es el único ejemplo. Otro fenómeno de masas, la cantante Taylor Swift, parece en estos momentos casi la única china en el zapato de Donald Trump para su regreso a la Casa Blanca.
Esa polémica tiene una doble consideración. Desde el punto de vista de la libertad de expresión, ¿por qué no? ¿Qué los diferencia de cualquier otro ciudadano a la hora de hablar? La figura de los ídolos de masas que con un simple gesto pueden cambiar el ánimo popular y condicionar la decisión de un gobernante es tan antigua que podemos remontarnos al Imperio Romano, con sus gladiadores. Se les compara con quienes ahora pisan el estadio de Wembley o el Bernabéu, pero no podemos olvidar que aquellos luchadores, pese a ser estrellas también, no dejaban de ser esclavos que tenían que actuar al dictado de sus amos. Cabría preguntarse si están nuestros ídolos actuales libres de todo yugo mercantil -de la potente industria musical y no digamos la deportiva- cuando se pone el grito en el cielo y se les insta a callar y a limitarse a cantar, bailar o dar patadas al balón. O al revés, cuando hablan de unas cosas sí y de otras no y lo hacen al día siguiente de una distendida cena con ultras.
Esto nos lleva a la otra reflexión, la del enorme poder de arrastre de las grandes estrellas. Por qué los políticos, con su creciente falta de tirón popular, están dejando en manos de los diversos ídolos del espectáculo el movimiento ideológico de los jóvenes y su posible repercusión en la formación de gobiernos. Hoy nos piden votar y alejarnos de los extremos y mañana pueden hacer lo contrario, porque ¿quién se lo impide, si hemos quedado en que son libres para expresarse, sea como sea? Que se lo digan a Alvise y a algunos otros, más cerca del show (en redes) que de la política tal y como la hemos entendido hasta ahora. Como ha dejado dicho el cura Luis Lezama, “los políticos, como los obispos, necesitan un curso de actualización”.
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