
Quousque tandem
Luis Chacón
Pasión, muerte y resurrección
Su propio afán
Aquí donde me veis (leéis), ayer volví a nacer. Iba feliz por la autovía, y el autobús de mi derecha, como no quería coger por un desvío, empezó a meterse en mi carril. Viéndomelo encima, me eché a mi izquierda, más pendiente, lo confieso, del autobús que de otra cosa. Y la otra cosa era un coche que venía –rapidito– por el carril veloz.
Me pasó rozando. Ro-zan-do.
Sentí el temblor del rebufo. Y vi cerquísima –a mi lado– al otro conductor que, con una pericia de as del volante, se había echado a su arcén, como en una vertiginosa viñeta de Tintín, levantando polvo y piedras, sacando espacios donde no había dimensiones ni de espacio ni de tiempo. Ni tiempo ni ganas tuvo de pitarme o recriminarme nada, más allá de echarse una mano atónita a la cabeza. Y se marchó.
Yo me quedé debiéndole la vida. Era joven, calvo, con un chaleco reflectante. Ni idea de adónde iría (con cierta prisa), pero sí sé qué le debo. Me consuela que para Dios no haya soldado desconocido ni conductor anónimo, porque ahora puedo rezar por ese hombre para que le vaya bien y seguro.
Como soy hipocondríaco, anticipo mi muerte con frecuencia, recreándola, porque también soy neobarroco. He imaginado, por ejemplo, la necrológica tan bonita que me escribiría Luis Sánchez-Moliní. Pero una cosa es anticipar la muerte, y otra verla a medio palmo.
En ese segundo pensé en mis hijos, a los que –lo vi– les hago falta, y en mi mujer. Y enseguida, pasado el susto, en mi padre y hasta en mi suegra, en mis hermanos y en mis amigos. ¡Qué faena he estado en un tris de haceros! Es curioso que no pensase hasta mucho más tarde en esos libros futuros que tengo tan planificados en la agenda.
Ahora en lo que más pienso es en ese conductor. Cuánto tengo que agradecer a su pulso y a su sangre fría. No sé qué votará ni en qué creerá ni si nos entenderíamos, pero hay un hilo invisible que me une –a mí, a mis hijos, a mi mujer, a mis lectores…– durante el resto de mi vida a ese caballero. Hay una secreta confraternidad con todos. No merece la pena hacer mala sangre con nadie. Tendríamos que saludarnos, incluso a los desconocidos, con reverencias. Cuando llegué a casa, en la cama sin poderme dormir y hoy, durante todo el día en el trabajo, y luego aquí de vuelta, aunque con las rodillas aún temblonas, todo ha sido extraordinariamente normal. Y por esa normalidad maravillosa no salgo de mi asombro milimétrico ni de mi gratitud cósmica.
También te puede interesar
Quousque tandem
Luis Chacón
Pasión, muerte y resurrección
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Pensar en Europa
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Otros tiempos
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Los nervios del hombre tranquilo
Lo último