Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
En este país, la Navidad festiva (no la de lucecitas en las calles) empieza con el sorteo de la Lotería. Dicen los más puristas que comienza mal, con lo material, porque la gente aspira a enriquecerse como primera medida para festejar la llegada de nuestro Salvador al mundo. Pero hay que entenderlo. El sorteo del Gordo de Navidad es como una bolsa de caridad pública, en la que pagamos las limosnas entre todos los participantes. ¿O no es caridad pública que toque el Gordo a los pobrecitos que salen en las fotos y en las imágenes de televisión brindando con cava catalán? Brindar con champán francés sólo lo hacen los ricos que compran los décimos premiados a los pobres. Y esos ricos son los que se van a condenar, según el Evangelio, por hacer fullerías.
En el calendario de este año, el sorteo del Gordo de Navidad coincide con el cuarto domingo de Adviento, que es el último para encender la vela que nos faltaba. Cuando están las cuatro velas encendidas significa que ya queda poco para que el Niño Jesús nazca en Belén. El Niño era pobre, un bebé que emigró a Egipto, a donde fue con María y José como refugiado por culpa de Herodes, hasta que volvió a Nazaret, donde su padre era carpintero y su madre ama de casa. La historia es conocida, aunque cada vez menos, porque la clase de Religión ya no es materia obligatoria en los colegios. Se lo tenemos que explicar los abuelos a los nietos y los padres a los hijos (entiéndase en lenguaje inclusivo), etcétera.
Y después llegarán los mensajes de la Navidad. No sólo el del rey Felipe VI. El Rey, como su augusto padre, pone buena voluntad en los mensajes, cuyo contenido se puede predecir en un 90% de lo que dirá. Otros mensajes que nos invaden son los publicitarios, que nos tientan para el consumo. Y nos llegan los mensajes políticos, que son de crispación y un fango muy embarrado, aunque estos días se endulzan un poco, porque los políticos están de vacaciones y comen polvorones, y también son hijos de Dios, a pesar de que algunos no se lo creen.
Todos los años se oye que vivimos tiempos difíciles. Y no es que estemos peor que antes, o quizás sí, depende de cada cual y sus circunstancias. Bien del todo no hemos estado desde que sucedió lo de Caín y Abel. Y menos ahora, cuando las ideologías y las creencias están siendo sustituidas por los intereses y las vanidades. Siempre lo digo: cuantos menos ateos haya, es mejor para todos, incluso para los ateos. El mensaje de la Navidad es breve: creed en ese Niño.
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