Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Su propio afán
LOS que se empeñan en convencerme de que vote a Mengano (léase Mariano) metiéndome miedo con Fulano me quitan el sueño. Porque no logro acordarme de quién, en un trance aún peor, dijo a los que le querían aterrorizarle con los suplicios de la tortura: "¡Ésas son triquiñuelas para niños; no para un hombre!" Apostaría a que la frase es de Tomás Moro; pero no doy con la cita exacta. Para vencer el insomnio de mi amnesia, le he preguntado a un amigo, y me ha contestado que esas palabras las tienen que haber dicho muchos hombres hechos y derechos a lo largo de la historia.
Pero no tantos ahora, según se ve. El hecho evidente de que el miedo va a ser el motor de una buena parte del voto, en vez de unas réplicas contundentes a la ideología rival y unas propuestas ambiciosas para España, debería inquietarnos. Si tantos tienen miedo, será porque otros tantos lo meten, claro, y ése es un problema, sí; aunque, centrándonos en las "clases pasivas", reconozcamos que algo va mal en nuestro régimen político cuando se expande tan fácilmente el pánico. La democracia exige no tener miedo, porque nuestra libertad es, en última instancia, directamente proporcional a nuestro coraje.
De no creer en otros valores, siempre me quedaría el valor como criterio moral. Como sostengo principios superiores, mi juicio político no depende en exclusiva del valientómetro; pero, desde luego, me avergonzaría que el canguelo decidiese mi voto. Gabriel Syme, el protagonista de El hombre que fue Jueves, encuentra el valor que necesita para enfrentarse a su archienemigo en el miedo que le tiene. No se puede permitirse ese miedo de ninguna de las maneras porque se retroalimenta y engrandece a quien o a lo que nos lo causa. Es contraproducente. Hay que cortar por lo sano.
No digo, pues, que no haya que encarar lo que cada uno considere que son amenazas políticas o económicas. El matiz estriba en que el discurso del miedo (explícito o implícito -el primero da más vergüenza, el segundo más pereza-) no invita al análisis ni a la acción, sino a la huida, al esquinazo y al cómodo mal menor. Una sociedad donde mucha gente vota por resentimiento y muchos más, con un reflejo pavloviano, por desconfianza no es una sociedad sana ni vigorosa ni libre. La democracia exige un debate real de ideas; la política, de proyectos; la dignidad, de principios. Jugar al susto, al coger y al escondite es, en efecto, de niños.
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