Ministros papagayos

La esquina

02 de febrero 2025 - 03:06

El Consejo de Ministros de esta semana se aplazó unas cuantas horas. Justificadamente. Los ministros hacían tiempo mientras su jefe intentaba rescatar los siete votos de Junts para el decreto ómnibus. Lo consiguió con dos concesiones a Puigdemont: tramitar la proposición sobre la cuestión de confianza en el Congreso y trocear el decreto salvando el escudo social y renunciando a las demás medidas (cincuenta).

Son precisamente las dos cosas que había dicho Pedro Sánchez que no haría. Allí estaban, pues, todos los ministros del Gobierno de España tomando al pie de la letra –pobres ilusos– los reiterados compromisos de Sánchez y anhelantes de su presencia para ratificar la posición. El de Agricultura, Luis Planas, proclamó la misma mañana en una tele que el decreto era inamovible.

No conviene vender la piel del oso antes de matarlo ni defender una posición esgrimida por Sánchez sin conocer a ciencia cierta si ha cambiado de opinión un minuto antes. Es un misterio que ministros tan solventes, capaces y experimentados como Planas se expongan a hacer el ridículo ante toda España. No creo tanto que lo hagan por un exceso de servilismo al que los hizo ministros, sino por atenerse al modo de gobernación impuesto por Pedro Sánchez, el mismo tipo de liderazgo que en el partido.

Consiste en que uno solo piensa por todos y decide por todos. A los demás se les encomienda la labor de portavoces y propagandistas. Iniciativa propia, cero. Cada mañana reciben el argumentario del día y lo patético es que lo repiten al pie de la letra. Dicen hasta las mismas palabras del Líder. En gente como el citado Planas, Bolaños, Grande-Marlaska, Robles, Cuerpo y alguno más, uno espera algo de creatividad, matices, riqueza intelectual, dominio del idioma, agudeza dialéctica... Nada de nada. Hacen de papagayos a tiempo parcial, pero todos los días. Una pena.

El mandato de Sánchez es curioso también por esto: mientras más frágil es su mayoría y más débil su capacidad de actuación más fragiliza y debilita las demás instituciones democráticas. Pone la presidencia del Congreso a su servicio, distorsiona el sentido de la Fiscalía, arremete contra los jueces que le disgustan y promueve cambios legales a remolque de sus intereses personales. Del PSOE, mejor no hablar. Va dejando de ser un partido. En cuanto al Gobierno, como digo, está devaluando a sus integrantes. Antes un ministro de España era una personalidad relevante. Ahora basta con repetirse.

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