El mirlo blanco del turista de calidad

La aldaba

La inminencia de la Semana Santa reactiva el debate sobre la necesidad de captar el denominado turismo de calidad. Ocurre que pocos se atreven a trazar el perfil de ese codiciado visitante. ¡Digan la verdad! ¿Por qué le llaman turismo de calidad cuando en realidad se desea que tenga capacidad para gastar un mínimo de 300 euros al día y que se circunscriba a destinos culturales que no supongan ajetreos pasados por alcohol, desórdenes nocturnos en la piscina del hotel o muestras de indudable chabacanería? Ese es el mirlo blanco que quisieran todas las grandes ciudades. Nos cuentan los miles de vuelos que llegarán estos días a los aeropuertos de la Costa de Sol y de San Pablo. Las cifras generan cierto tembleque. La masa está reñida con la calidad. El debate por tanto está viciado de origen. El reto del turismo pudiente no casa con las estadísticas. Y nunca lo hará. Todas las líneas que, por ejemplo, operan con el aeropuerto sevillano son de bajo coste. Dicen ahora que no importa, que los pudientes llegan en barco... Bien, vamos adaptando los argumentos a conveniencia. Pero no cuentan la verdad del turismo. O es de calidad, o es masivo. Llama la atención que nadie refiera una realidad palmaria: mucha gente viaja sin información previa, sin estudiar los destinos para sacarles el máximo partido, centrados en la búsqueda del selfi y obsesionados solamente con las “experiencias”. ¿Cabría referirnos a la necesidad de potenciar la figura del turista cualificado, formado, ilustrado o como quieran denominarlo? El actual turismo pasado de rosca y depredador tiene el efecto de destruir aquello que precisamente lo genera. Veremos estos días a cientos de personas que llegarán a la Andalucía que vive con fervor la religiosidad popular. Pero sabemos que no la conocerán ni a fondo, ni de forma epidérmica. Pulularán, vivaquearán, harán fotos de forma compulsiva y puede que hasta nos inspiren indulgencia en algún momento. Decía un experto en la materia que el éxito consiste en integrar al turista, en ofrecerle que participe de nuestra ración de jamón, en ser pro-activos con ellos cuando los vemos perdidos... Pero eso ya es mas difícil. Porque estamos desbordados y porque ellos vienen con el divorcio asumido previamente con los vecinos. Buscan los sitios donde almorzar a sus horas y los mismos platos que en sus países. Compartir solo comparten de verdad con nosotros el sol y la playa. El turismo masivo genera aldeas de resistencia en que los vecinos son Astérix y Obélix. Y los turistas son una suerte de torpes y despistados soldados romanos. El turismo de calidad es el que se integra, no hace ruido y deja riqueza. Eso sí que es una experiencia.

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