
Envío
Rafael Sánchez Saus
Una semana decisiva
La Rayuela
Ya es una realidad. El campo andaluz se juega 1.350 millones de euros con los aranceles de Donald Trump. La Unión Europea y la soberanía de todos sus países miembros, incluido España, están más expuestos que antes del regreso del presidente norteamericano. El mundo occidental, tal y como lo hemos conocido hasta ahora, con su escala de valores, derechos y leyes, está en serio peligro. Todo esto y mucho más (que podría dar para este artículo completo y otros cuantos) son realidades incontrovertibles, evidentes. Son perjuicios directos, contantes y sonantes para nosotros. Y sin embargo, leo, veo y escucho a gente de nuestro alrededor empeñada en defender (y hasta admirar) al matón de la Casa Blanca. Se ha convertido en una postura rebelde, la de seguir al que se sale de lo políticamente correcto. Pero lo peor de Trump no son sus formas groseras, sino los hechos que acarrean sus decisiones. No puede ser una moda o una tendencia que se pueda abrazar sin consecuencias graves para nuestro estado de derecho.
El autoritarismo que transmite el americano seduce a algunos de nuestros conciudadanos que sólo han conocido el estado de bienestar y la democracia, como si fuera algo que viniera de serie y lo divertido es cambiarlo. Los últimos estudios sociológicos coinciden en la preocupante conclusión de que son los más jóvenes, especialmente de sexo masculino (aunque no es exclusivo), quienes más atracción sienten por estas formas de conducirse por la vida, sobre la base de la ley del más fuerte y del aquí mando yo, porque puedo y quiero.
Si todo lo concerniente a la economía o a la geopolítica mundial que nos regala el dirigente estadounidense cada día es un motivo de preocupación creciente, esto del apego a las formas autoritarias de nuestros más jóvenes debería hacernos activar todas las alarmas. Es el virus Trump, una forma de pensar y de vivir que, como cualquier enfermedad infecciosa, cruza océanos en un santiamén y no entiende de fronteras. Viaja a golpe de mensaje directo y populista –cuando no mentira– a través de las redes sociales. Deberíamos estar vacunados, pero es justo al revés, porque tenemos las defensas expuestas. Cada caso de corrupción política, cada absurda burocracia que se le impone a la gente para vivir o cada disputa estéril entre instituciones, extiende ese desencanto del que se nutren las ideas más extremas.
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