Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Cuarto de muestras
Eran los países del tercer mundo los que sufrían las graves inclemencias del tiempo. Eran los mismos que soportaban la tiranía de gobiernos sátrapas. Eran los que resultaban desolados por plagas y pandemias. Eran aquellos que recordábamos en las campañas de Navidad con generosos donativos una vez desterradas las exóticas huchas del Domund porque, para ver la pobreza de verdad, había que ser misionero, conquistador de almas inexploradas. Eran tierras lejanas que fueron perdiendo su rareza e inaccesibilidad y de las que sólo nos llegaban su incultura, su pobreza endémica, sus piratas y sus mafias de droga, sus guerras eternas y sin sentido (como todas las guerras desde el inicio de los tiempos). Eran los que eran y estaban bien lejos de nuestro bienestar.
Algo se mueve. Hemos dejado de ser la vieja Europa, culta, rica, elegante y protegida. Una Europa cosmopolita, sobre todo, entre los que podían permitirse el lujo de viajar, no de huir de su miseria. Una Europa civilizada y aparentemente unida bajo sistemas políticos democráticos que nos garantizaban el estado del bienestar, la separación de poderes, el imperio de la ley. Una Europa que con su afamada historia no sabía sino mirar por encima del hombro al resto del mundo, a los desheredados de la tierra.
Sí, algo se mueve. Nos toca sufrir en nuestras propias carnes las inclemencias del tiempo. Llegan con fiereza vientos y tormentas a regiones de Italia o Francia, se desbordan los ríos de Centroeuropa, quedan bajo el agua territorios de los países nórdicos obligados a evacuar a sus habitantes. Ahora le ha tocado a España la desolación provocada por la climatología y la incapacidad de reaccionar a tiempo unos y otros, todos.
Europa no puede obviar la complejidad en la que vive. No puede desterrar ni ignorar los fenómenos migratorios como ha pretendido Meloni. No puede improvisar frente a las inclemencias del tiempo cada vez más frecuentes y menos sorpresivas. No puede permitirse dejar la política en manos de corruptos y populistas. No debe ignorar los estudios para afrontar pandemias. Tiene que asumir que vivir como un noble arruinado no le salva de sus problemas y puede que los agrave.
Es evidente que Europa ha perdido peso político y económico en el mundo. Estamos a tiempo de hacer justo lo contrario de lo que se atisba. En lugar de desafectarnos de la política luchar contra aquellos que la degradan, preservar las instituciones que son los pilares de nuestra democracia. Unidos luchar los mejores de cada ideología. Limpiar tanto barro.
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