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Envío
Rafael Sánchez Saus
Vance rompe moldes
Paisaje urbano
Hace unos meses, preguntado por la convulsa situación mundial, el papa Francisco respondió, con ese laconismo latinoamericano tan suyo, algo así como que, más que en una época de cambios, estamos en un cambio de época. Los últimos movimientos a nivel global, agitados y de qué manera con la contundente victoria electoral de Trump, no hacen sino confirmar las sabias palabras del Papa argentino quien, como en un cruel espejo de nuestra realidad, se consume lentamente en una habitación de hospital romano mientras el líder americano proclama cada día su aclamada ley del más fuerte.
Los de mi época fuimos educados en las enseñanzas de las terribles guerras mundiales del siglo XX y la política de apaciguamiento de la Guerra Fría; en el auge del multilateralismo que propiciaron la fundación de las grandes organizaciones internacionales que aprendíamos en los libros del profesor Carrillo Salcedo; en la confianza en aquel proyecto de unión europea que un buen día nos acogió; en la cultura constitucional que hacía prevalecer como una conquista del mundo occidental la defensa de los derechos humanos.
Todo aquello que era nuestro y que creíamos compartido empieza a saltar por los aires, dinamizado por la última revolución cultural que han traído las nuevas tecnologías, tan proclives a ensalzar simples consignas polarizadas, da igual el sitio, todo es cuestión de escala. La ya antigua cultura del consenso basada en acuerdos multilaterales ha sido sobrepasada por decisiones unilaterales comunicadas a golpe de tuit, un nuevo imperialismo que no entiende de credos o ideologías. Hoy los liberales se defienden con aranceles, los comunistas viajan en limusinas y hasta algunos que se dicen cristianos aplauden la propuesta de desplazar a dos millones de personas de su tierra prometida, pero es lo que hay.
Estamos a un paso de que delante de nuestras narices dos gobernantes sin escrúpulos decidan sobre las fronteras de un país soberano, y ya de paso de la vieja Europa a la que sólo le falta la cofia, si es que le dejan asistir a la merienda. Ya los profesores de Harvard Levitsky y Ziblatt nos advirtieron en su clásico Cómo mueren las democracias de que para tirarlas no hacen falta golpes de estado, sino que basta con el debilitamiento de las instituciones esenciales, pero no parece que nos hayamos enterado. Pensábamos que nuestro mundo de ayer era el de Churchill, pero al final vamos a pasar a la historia como unos meros aprendices de Chamberlain.
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