Cuarto de muestras
Carmen Oteo
LA HERIDA MILAGROSA
Su propio afán
La muerte natural de las ideas es de éxito. Y eso está pasando con la postmodernidad y sus relativismos, multiculturalismos, lenguajes políticamente correctos, y ofendidos varios. No hay duda de su éxito. El Mayo del 68 y sus derivados han marcado la agenda intelectual y, por tanto, política de Occidente en los últimos cincuenta años.
Pero hay indicios de fin de ciclo. Y más que indicios: gobernantes de países importantes que reniegan de esa corriente. Aunque como eso se ve una excepción o una extravagancia, fijémonos en indicadores más intelectuales.
Por ejemplo, la calidad. Cristian Campos, que hace continuos estudios de campo, tiene muy constatada la superioridad de los columnistas de derechas. ¿Casualidad? No.
Nótese el interés del respetable. Ayer, me enteré de que van a estrenar una película sobre Jordan B. Peterson, el psicólogo canadiense que es un fenómeno mediático de la antipostmodernidad. El documental denota interés y va a producir más. Y prácticamente a la vez oí la última canción de Loquillo, que tiene esta aleluya (pareado en consonante): «En el mundo postmoderno/ no han dejado nada eterno». Es una andanada en la línea de flotación de la postmodernidad, porque la acusa de algo frustrante. Y porque la contestación ha llegado a la canción denuncia. Loquillo ya venía apuntando, cuando musicó el poema de Luis Alberto de Cuenca «Political Incorrectness».
Todavía hay más. Pocos indicadores más fiables de la actualidad intelectual que los antiguos que se reeditan y se citan. Y entre esos autores vueltos a la vida hay una abundancia de los que podríamos llamar «preantipostmodernos». Esto es, aquellos que, aunque escribieron antes de la eclosión del pensamiento líquido, ya daban sólidas razones contra sus postulados. El auge del colombiano Nicolás Gómez Dávila, por ejemplo. Y cada vez se citan más a clásicos como Tocqueville, Burke o Maistre. Y qué decir de Chesterton. Incluso, hay una renovada atención por el Aquinate y el Estagirita.
Si estos indicios le parecen demasiado sutiles, hay una prueba del nueve. Cuando la gente reniega de sus etiquetas, ya sea en los movimientos filosóficos, artísticos o en los políticos (recuerden el pavor que les daba antes a los de derechas ser llamados de derechas), es que ese movimiento está en franca decadencia. Hoy, a los postmodernos les escuece su nombre, mientras que los antipostmodernos no dejan de presumir de marca.
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