Museo de cera

Cuarto de muestras

17 de febrero 2025 - 03:04

La política ha muerto. La democracia es un obsoleto edificio ruinoso cuyos pilares muestran fatiga crónica. Sus poderes más que divididos están debilitados. Sus administradores están ciegos y los moradores cansados. Acechan allanadores a derecha e izquierda. Cree América que sólo puede salvarla la inteligencia artificial, no sé si porque piensan que pueden manipularla o porque la creen capaz de pensar mejor. Y, así anda el mundo, pendiente de Trump.

Entre perplejos y atemorizados asistimos incrédulos a sus discursos intimidantes, a sus exhibiciones de poder, a su frenético ritmo de determinaciones políticas, a su forma entre infantil y obscena de querer poner fin a los problemas de mundo, a su extraña visión de la libertad sin Estado ni reglas. Es América un fondo de inversión que rentabilizar en la confianza de que, cuanto más arriesgadas son sus inversiones, mayor lucro generan. La prudencia es cobardía. Tiene ganado a diario y por derecho propio los primeros minutos de los informativos.

Miramos también a su alrededor para ver de dónde viene su determinismo ciego. Parecen todos escapados de un museo de cera por el brillo de sus pieles tersas y sus ojos de cristal. Su mujer, de una fría belleza impostada, escondida bajo el ala de su sombrero para evitar críticas y besos. Su altísimo hijo Barron, estratega desde las redes en la campaña electoral de su padre, estudioso de criptomonedas y marketing. Los ricos riquísimos del mundo que le respaldan porque ven en su gobierno una oportunidad de negocio: Bezos de Amazon, Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (Google) o incluso Sam Altman (OpenAI). Y su socio capitalista, el caprichoso, egocéntrico y vengativo Elon Musk (por la gracia de Biden exdemócrata pues, tras votarle, perjudicó su negocio de coches eléctricos fabricados en China).

Trump, agradecido, le ha regalado a Musk un puesto en el gobierno con unas hermosas tijeras de libertarismo con las que podar el gasto público y las leyes de control. Todos esperan mejorar la cuenta de resultados, convertir lo público en privado.

La política ha sido sustituida por el vil negocio. Europa, que podría reivindicar su cultura democrática, sacralizar su tradición y hasta su propia decadencia, se vuelve pequeña, vacila. Pierde sitio ante la rivalidad de Rusia, China y Estados Unidos. Debería ser la potencia mundial de los principios. Tener auténticos estadistas que hicieran de este momento incierto una oportunidad. Pero no, Bruselas es sólo un resort para políticos amortizados.

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