Música ambiental

Gafas de cerca

En unas fechas insensatas para viajar, hago varios días de escala en la capital de España y parte de la Hispanoamérica obligada a emigrar, de camino a otro lugar de cuyos dirigentes no tengo ni la menor idea, “ni falta que me importa”, como dice Curro R., a quien sin discusión autorial cabe atribuirle genialidades en el límite de la dislexia y el mero cachondeo. Mencionaré dos: “¡Qué pequeño es el pañuelo!”, al encontrarse a alguien conocido en un sitio desconocido; “¡Cómo se había puesto! ¡Iba ciego como una tapia!”.

Me alojo de riguroso pescuezo fraterno –afectuoso gorroneo, vaya– en un cómodo, ajustado y amable apartamento de un barrio de los llamados pijos. A solas, dado que el hermano también merece vacaciones. Moverse solo en tierra extraña, como la Piquer en Nueva York, no es asunto baladí, y no a la hora de orientarse, sino a la de fijarse en cosas y hasta asombrarse. Tampoco exageremos: no es que me llamen la atención tantas cosas como a Paco Martínez Soria cuando desembarcó en Atocha con unas pocas de gallinas y un cuadro de su señora. Lo que sí me deja gratamente patidifuso es que todos los sitios a los que he visitado con ganas de darme un capricho o comer y beber –objetivos de sobra alcanzados– ponían, bajita, música de los 90... y en esos restaurantillos y bares gratos para conversar, el clientelaje no pasa de los 40.

Igual me ha sucedido en un comercio caro –lo merecerá la mercadería: creo que es así– llamado Barrabés, que vende género de alta montaña y aficiones peores. Pero también en una sidrería asturiana sin contemplaciones con la potencia de su fabada, el divino sadismo del chorizo ahumado hecho a la sidra o el arroz con leche requemado: allí también sonaba el Corazón de Cristal de Blondie o Don’t you want mw baby.

Hay un detalle que no me ha pasado desapercibido. Las canciones son las mismas que hace cuarenta años, que yo recuerde, porque tampoco voy a sacar pecho de capitalino; aquí casi nadie lo es: casi no hay camarero que no sea latino (malamente dicho). Pero esos temas no están puestos a toda pastilla, como entonces. La gente charla, cotillea –yo lo oigo y lo escucho–, se ríe, y así debe de haber 150 personas en el sitio desde el que escribo, este sitio pijo en el que, apostaría yo, la mayoría proviene de afuera. La fuerza centrípeta se lleva mucho bueno de cada provincia. En fin, no dudo de que habrá discotecas donde la gente desfase y vaya mucho al baño y hasta haga cochinadas allí, con la música horrendamente decibélica. Pero en el resto, ¡se puede hablar! (Y alcahuetear).

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