En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Su propio afán
Un denominador común de este confinamiento extensible como el brazo del doctor Gadget es lo sorprendidos que estamos los padres de lo bien que se están portando nuestros hijos. El poeta Jesús Montiel lo explicaba en un estupendo artículo, como suyo. Y digo lo explicaba porque no se limitaba a decirlo, como casi todos los padres, sino que daba además la razón de fondo: "Aceptan la situación porque la verdadera normalidad de un niño es su familia. He observado que un niño, mientras se desarrolla en un entorno amoroso -que no perfecto- no ambiciona mucho más".
Eso deja la pelota en nuestro tejado (además de en nuestro, ay, salón), porque quizá somos nosotros los que necesitábamos más que un entorno amoroso. Ellos viven encantados de estar mucho más con sus padres y de tanto juego en familia y tantísima conversación (y algo más de pantallas, todo hay que reconocerlo). Mientras escribo esto los míos están limpiando los cristales, riéndose. Podrían dejarlos menos sucios, verdad, pero la escena es transparente y luminosa.
Serán los niños del coronavirus, que ahora suena fatal, pero lo serán como los de la generación literaria del 50 fueron los niños de la guerra, y se estudian así. Unos versos de Jaime Gil de Biedma en 'Intento formular mi experiencia de la guerra'» sintetizan perfectamente aquella situación: "Fueron, posiblemente,/ los años más felices de mi vida,/ y no es extraño, puesto que a fin de cuentas/no tenía los diez./ […] el miedo y el desorden de los primeros días/ eran algo borroso, […]/ Y los mismos discursos, los gritos, las canciones/ eran como promesas de otro tiempo mejor,/ nos ofrecían/ un billete de vuelta al siglo diez y seis./ ¿Qué niño no lo acepta?// Cuando por fin volvimos/ a Barcelona, me quedó unos meses/ la nostalgia de aquello […]"
Para nuestros hijos, el billete de vuelta, en vez de al siglo de Oro, ha sido a la Edad Media: una economía familiar, artesanal (en versión teletrabajo), con la peste negra alrededor, leyendo historias decameronescamente por las noches, musitando oraciones, susurrando noticias… A la generación de los 50 aquello les marcó, y estoy seguro de que a ésta todo esto les forjará el carácter y el recuerdo. Si ustedes necesitan una razón más para armarse de paciencia o, mejor, de virtud, recordemos que en estos días estamos posando para las mejores imágenes y más hondas y trascendentes de la infancia de nuestros hijos.
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