La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
De poco un todo
OIGO en la radio a la ministra Pajín quejándose contra "los que dicen que todo lo que se nos ocurre son ocurrencias". Aunque había evidencias, nunca vi tan clara la evolución del PSOE del marxismo de Karl hasta el marxismo de Groucho. Lo que se le ocurre a Leire no son ocurrencias, no, como el feto humano no es un ser humano, según Bibiana Aído. Cambio de emisora, y sale un humorista imitando a Zapatero, que analiza, muy rimbombante, el Barça-Madrid. Es muy gracioso, aunque quizá caricaturesco en exceso. Pero me entero que es… ¡el presidente en persona! ¿Se han fijado ustedes lo poco que se diferencia de sus imitadores? Se ha hablado mucho del nivel de las elecciones catalanas, pero el nivel está bajo mínimos en todas las regiones de la ancha y triste España.
No sólo en política. Asisto a la inauguración de un Congreso sobre Ramón Gaya en la Complutense. El Magnífico Rector dedica buena parte de su discurso a quejarse de lo mal que le trata la prensa, pobre. (Por suerte, esta mención no le afectará, porque presume de leer sólo El País y Público, que le tratarán mejor, supongo.) Para hablarnos de Gaya, coge un libro y lee en voz alta los datos de la solapa. Eso lo hace un estudiante de su universidad, y lo suspenden. Luego, de dentro del volumen, busca una reseña sobre Miguel Hernández, y la lee admirado sin darse cuenta de que no es una reseña elogiosa, ni mucho menos. O sea, que de comprensión lectora, el Magnífico Rector anda corto.
El follón mediático con el preservativo por unas declaraciones del Papa en su último libro tampoco nos permite hacernos demasiadas ilusiones sobre la capacidad de lectura de ciertos periodistas. Benedicto XVI no ha cambiado nada su concepción de la contracepción. Simplemente ha dicho que en algunos actos que se sitúan absolutamente fuera de la moral católica, es más prudente usar el preservativo, como se sabía. De un modo parecido, la Iglesia siempre ha entendido que un asesino o un ladrón mientan para ocultar su culpabilidad, sin que eso justifique la mentira ni elimine el séptimo mandamiento. No es una analogía perfecta, ya, pero mucho más aproximada que estas campanas al vuelo por nada. Al Papa que más ha insistido en la unión entre razón y fe, se le ataca con sinrazones, lo que no deja de ser un modo de coincidir con él, sensu contrario.
Podrían multiplicarse las anécdotas, pero bastan éstas para que sumemos otro factor, y no el más pequeño, a la crisis que tenemos en lo alto. En lo alto de nuestra sociedad, precisamente, los dirigentes no están a la altura. Los problemas son muchos: la productividad, la volatilidad de los mercados, la deuda pública, la rigidez laboral, el paro… Pero, curiosamente, nuestros dirigentes, cuando hacen la lista de reformas pendientes, se olvidan de ellos mismos y de su alarmante falta de rigor, de preparación y hasta de seriedad general básica. Dan bastante miedo.
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