El no artículo

Su propio afán

28 de septiembre 2024 - 03:05

El paso de escritor amateur a profesional se da cuando se deja de tener algo que escribir para tener que escribir algo. Lo malo de la obligación de hacer un artículo para un día concreto o varios, que siempre son esta noche, indefectiblemente, es que a veces no tienes nada que decir.

Hasta que el plazo cae a plomo, son días felices. Los días que tienes una idea muy buena, estás impaciente porque se publique mañana e inquieto de que te la pisen o de que, en realidad, no sea tan buena como parece. El día sin ideas no conoce tanta ansia, y escuchas a tus amigos con vívido interés, por si les aprovechas algo. No te han conocido tan atento. Lees con gran admiración a cualquiera: ¡fue capaz de rellenar una página! Repasas las redes sociales esperando el chispazo.

Al final tienes que lanzarte sobre lo que sea, incluso otra vez sobre Pedro Sánchez, con tal de sortear a Bárbara Rey. Si yo fuese una estrella del columnismo, creo que pediría, como cláusula de oro de mi contrato rutilante, la posibilidad de dejar mi columna en blanco. No sería original. Un columnista inglés de cuyo nombre no puedo acordarme tenía una gran afición a la ginebra. Muchas mañanas su espacio salía en blanco salvo este leve aviso: “Mr. Fulanismith está indispuesto”. El público se sonreía imaginando la reseca del caballero y agradecido de que no le hiciesen leer un artículo pastoso. Cuando me pasa, yo no he bebido más que cafés, aunque no sé si es peor.

De todas maneras, como casi siempre, es mejor que no se cumplan mis deseos. Porque, igual que tener que ir a trabajar evita que perdamos pie de la realidad, muchos de mis artículos más queridos han salido de un saco vacío gracias a la prestidigitación del plazo vencido y el pundonor venciendo. Y no hablo de los artículos que escribo sobre el vértigo de no tener qué decir, que son mis preferidos. Hablo de los que escribo sobre algo. “Algo” exactamente como cuentan que pidió Emiliano Zapata en su lecho de muerte, urgido por el prestigio de las últimas frases de los grandes hombres, a un periodista norteamericano: “¡Diga usted que dije algo!”. Fueron sus últimas palabras. De hecho, este artículo no es aquél para el que no tenía ideas, que ya salió. Éste lo tenía clarísimo desde hace dos o tres semanas.

Y también su final: gracias de todo corazón –sístole, diástole– a los lectores por acompañarme en las duras y en las maduras, en la inspiración y en la sequedad.

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