De lo que no cuesta, llena la cesta

05 de abril 2025 - 03:05

En Cádiz si es gratis, hasta cachetás. Se forma una cola en cuanto alguien promete algo de gañote. Ocurre con los topolinos, todo el año a euro y medio, pero si lo dan gratis la gente se pone en una cola que recorre toda la calle Ancha, hasta el Palillero y más allá. Para ahorrarse la miseria que es que tendrían que pagar al día siguiente. Pero como somos noveleros, gente que jamás ha comprado un topolino, que igual ni le gusta, es capaz de aguantar horas en la fila aunque llueva. Pasa también con lo que llaman los cursis “fiestas gastronómicas de Carnaval”. Ejemplo: la paniza, un plato que ya nadie hace en sus casas porque era un alimento de pobres, pero si te lo dan gratis esperas lo que sea menester. Todavía las gambas podrían considerarse algo más caro, pero los pestiños, que te los venden a 50 céntimos, para qué se va a poner uno en cola por una nimiedad así. Para qué hablar de los erizos o los ostiones, por donde empieza la costumbre. Yo no me pondría en una cola bajo ningún concepto, ya me puse hace 40 años para las entradas del Falla, que he visto hasta piñas por un puesto, con los Fernández Repeto o Manolo Bocanegra organizando los turnos , gente que pasaba 24 horas para una entrada. Luego poco a poco nos enseñaron los concejales socialistas de la época que lo mejor era formar parte de un jurado, inventarte un medio de comunicación, que alguna agrupación te diera un pase de figurante, que el de la barra te incluyese en la relación de empleados, que un antifaz de oro te colase, o aquel día fantástico en el que Beriquistain, a la sazón concejal del gobierno y dirigente de las peñas viñeras, llegó a la puerta y dijo “estos vienen conmigo” y eran lo menos 20. Se ponían los palcos y el gallinero a reventar de tantos colaos que había. Decenas de jurados, de las cajas de ahorro, de la Junta, de un medio de comunicación, para entrar por la cara, aunque la mayoría de los colaos se iban a la barra a ponerse ciegos y, si acaso, entraban a ver la agrupación de moda aquel año. En la cola para comprar está siempre el primero uno de un pueblo de Sevilla. Estaría fantástico una cola para comprar el periódico en alguno de los escasos puntos de venta que quedan en la ciudad, yo lo compro en Mío Cid, donde prestan una asistencia de categoría. O una cola para comprar libros, en cualquiera de las librerías de la ciudad, yo compro en Jaime y en Quorum, pero vale también en La Ratonera, Manuel de Falla, Plastilina o María Zambrano. El día que yo vea una cola para pagar por un libro, aunque sea uno del Capitán Veneno, ese día pensaré que Cádiz vuelve a ser la ciudad culta y cosmopolita que fue. Mientras los codazos sean por un gañote vil, podremos confirmar que nos hemos embrutecido.

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