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Boubba Barry es un chico de Senegal que llegó en patera a las costas de Almería. Les montaron en un autobús y los llevaron al Centro de Internamiento de Emigrantes de Algeciras. A pesar de que dijo tener 16 años, la Policía (¡Marlaska!) le entregó un documento por el que estaba expulsado de España. Se vino andando hasta Tartessos, donde la Asociación Cardjin y Gabriel Delgado le dieron cobijo. Él mantenía que tenía 16 a pesar del requerimiento policial. Se le hizo la prueba de las muñecas y la Fiscalía de Menores determinó de manera oficial que tenía 17. Como era muy habilidoso en el fútbol, hablamos con Manolo Vizcaíno (sí, sí, el denostado presidente del Cádiz) que lo acogió en la residencia del club mientras la UEFA permitiera tramitar la ficha, cosa que ocurrió a los 18 años. A partir de ahí probó en varios equipos sin mucho éxito. Boubba es el ejemplo de lo mal que se gestiona el trato a los niños que llegan a España sin acompañar por un adulto. En la política los tratan como mercancía, fruto de transacciones y peleas políticas. A Vox y sus compañeros mártires les gusta usar como descalificativo lo de menas, una forma como otra cualquiera de cosificarlos. Como dijo Teresa Rodríguez, “no son menas, son niños”. Ahora el Gobierno ha llegado a un acuerdo con un partido racista y xenófobo encabezado por un prófugo de la justicia, Junts, en virtud del cual vendrán a Andalucía 800 niños y a Cataluña 20, como si los menores fueran mercancía. Eso después de que el Gobierno acordase con el mismo partido la cesión de las competencias en inmigración a Cataluña para que puedan proceder a la limpieza étnica porque, como dice el preámbulo de la ley, un 25% de la población de la comunidad autónoma no ha nacido allí. En un país que tiene la natalidad más baja de Europa, donde hay trabajos que no quieren hacer los españoles, recibir migrantes se ha convertido en una necesidad. Diría más, uno de los factores del crecimiento económico español es la llegada cada año de 500.000 migrantes. Así que lo mejor que pueden hacer las administraciones es ponerse las pilas, tener plazas en los centros de acogida de menores, incluso no estaría mal un acuerdo entre todas las comunidades autónomas y el Gobierno para que los mecanismos de acogida no sean fruto de un acuerdo con un partido minoritario en Cataluña. Los sacerdotes Gabriel Delgado y Alfonso Castro fueron un ejemplo en Cádiz con Cardjin, Tartessos, Tierra de Todos y la Asociación Nivel. Muchos que van de cristianitos por la vida, cuando pasa la Semana Santa –“aquel trueno, vestido de nazareno”– vuelven a su tono reaccionario. Un miércoles de silencio deberían pasarse por la plaza de la Catedral para practicar su religión.
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