
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Los males del mal
Postdata
En el Foro Económico Mundial celebrado en Davos en 2016, existente ya la Agenda 2030, se realizaron las predicciones para tan mítico año. Arrancaban éstas con una frase enigmática: en esa fecha, “no tendrás nada y serás feliz”. No sé muy bien si de lo que se trataba era de endulzarnos un futuro lamentable, de inaugurar una nueva ideología de raíz neomarxista, asentada ahora en bases cuasifranciscanas, o de ambas cosas.
Lo primero es fácilmente detectable. En la medida en que la realidad nos ha ido descubriendo que llegan días de penuria, han surgido defensores de sus paradójicas virtudes: el empobrecimiento es cool, la miseria mola y la indigencia es trendy. Nace un a modo de capitalismo moralista empeñado en edulcorar sus escaseces. Fenómenos como el coliving, el friganismo (coger comida de la basura) o el no tener hijos ni coche, no se explican por la falta de medios, sino como movimientos que demuestran la mayor conciencia de las generaciones que llegan. Se impone por esta vía falaz un modelo moral que atonta a las masas.
De lo segundo, encontramos rastro en el auge, tras la crisis de 2007, de la “economía colaborativa”, un sistema que, en el fondo, esconde la abolición de la propiedad privada. Hay, pues, tintes éticos, políticos y filosóficos en la frase de marras. Pero no ensalzables. Si se fijan, la idea de que la economía se base en servicios y bienes colectivos implica una dependencia extrema de los gobiernos y corporaciones que los gestionan. Será entonces muy fácil para el Estado y las grandes empresas controlar a los ciudadanos e impedir, por miedo a ser excluidos del acceso a aquéllos, que expresen sus discrepancias. Por otra parte, la propiedad de cada cual es una manifestación de su libertad y de su identidad personal, tiene un fuerte valor psicológico y simbólico y, por supuesto, es un motor insustituible del progreso y del desarrollo económico.
Hoy, además, diríase que la Agenda 2030 ha entrado en una segunda fase: no tendrás patria y serás feliz. Sólo así se entienden dinámicas como la promoción de los nacionalismos de aldea, el cultivo del sentimiento de culpa de identidades nacionales seculares o, entre otras, el debilitamiento de las estructuras estatales.
No se dejen engañar. Defiendan con denuedo lo que es suyo. De lo contrario, otros, mercaderes o políticos, se harán con todo. Y, al cabo, no harán nada por nosotros, no tendremos nada y, desde luego, no seremos felices.
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