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La calidad de una obra literaria no depende del género en que está escrita. Puede tratarse de poesía, novela o ensayo, y aunque cada género literario tiene sus propias funciones expresivas, éstas no deben ser determinantes en el aprecio de una obra. Incluso, cabría añadir que estos tres géneros se inventaron sin establecer jerarquía estética entre ellos, y deberían ser considerados medios de creación complementarios. Cada uno ofrece una gama de obras que permiten enfrentarse con las variadas facetas de la vida. Los tres géneros tienen, pues, distinta capacidad de enfoque y, el autor, dada su disposición anímica, elige expresarse como poeta, novelista o ensayista. La literatura, por tanto, es la matriz abierta que acoge cualquier género, sin establecer previamente ni categorías ni exclusiones. Sin embargo, según épocas y lugares, un género se impone, relega a los otros y se convierte en preferido de público y autores. Se comprenden estos cambios de gusto, que tienen sus causas en el momento histórico, y en los conflictos y tipos de sentimientos que entran en juego. Pero, a veces, una de esas preferencias se consolida, prevalece e incluso desplaza a otras. Andalucía puede ser un ejemplo de la tendencia impositiva de un género. Desde hace siglos, una buena nómina de poetas excelentes han creado una larga tradición de lectores, atrayendo asimismo a nuevos poetas. No hay nada injusto en esta admiración refrendada, además, por su continuidad. Se ha hecho evidente que los andaluces están muy dotados para la poesía, lo cual satisface el trocito de narcisismo que cada andaluz lleva dentro. Pero, como contrapartida, de forma no deliberada, sin quererlo, se ha proyectado una sombra de olvido sobre los otros dos géneros. Sobre todo, ciertas novelas ambientadas en Andalucía merecían una mayor acogida, tanto por la validez de sus testimonios como por la calidad de sus autores. Aunque dispersas, leyendo esas novelas se comprendería mejor el conflictivo pasado de Andalucía. Con todo, en un caso, sí se debería hablar de evidente injusticia literaria, el olvido en la que ha quedado perdida una riquísima generación de novelistas andaluces: aquellos que publicaron desde los años sesenta hasta finales del siglo XX. Es una infamia el silencio que pesa sobre ellos. Por fortuna, se ha iniciado un primer gesto de desagravio: se acaba de reeditar, en Athenaica, La espuela, la espléndida novela de Manuel Barrios. Debería leerse de nuevo, e iniciar así la necesaria recuperación de uno de los mejores logros colectivos de la literatura andaluza.
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