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Un plato en cada taburete o en cada mesa. No vale ya el letrero o el papel con el nombre escrito a mano del cliente. Se impone el bloqueo de la mesa reservada ocupando directamente la zona donde se colocan las posaderas. Hay hosteleros que recurren a esta fórmula porque los clientes cada día son más vehementes y ocupan las mesas como el que llega a la playa, clava la sombrilla y pareciera que han inscrito el palmo de terreno en el Registro de la Propiedad. La pandemia ha cambiado muchos hábitos de la vida cotidiana. Ni mucho menos ha sido para bien. Tenemos más prisas y menos paciencia. Queremos calle, calle y más calle como el perrillo nervioso que brinca deseoso de que el amo lo saque para orinar en el alcorque. Hay colas de espera para los restaurantes, pero las hacen los turistas, que esos sí se someten a absurdas esperas provocando la incomodidad de los que están sentados. ¿Cómo se puede estar cenando en una mesa mientras hay personas que esperan de pie escrutando con la mirada si yantamos a mayor o menor velocidad? Para evitar que el personal se sienta sin más y haya que vivir el tenso momento de levantar a los señores clientes, nada como colocar platos. Cándido los usaba para el corte del cochinillo y luego los tiraba provocando el estruendo tan del gusto del guiri. Ahora los platos tienen otra utilidad añadido. El abogado Moeckel hace años que aplica una solución parecida en su despacho, donde coloca ingentes pilas de libros en los asientos para que los clientes pesados no se hagan fuertes y haya que llamar a Florito para sacarlos del bufete. Como el perfil del cliente siga ganando en vehemencia, tendremos que colocar elementos punzantes como los empleados para ahuyentar a las palomas de los monumentos. Los hosteleros no solo han adaptado los horarios tras la pandemia, también en algunos casos han tomado medidas como anular la posibilidad de sobremesa al suprimir licores o combinados. Si las mesas se doblan gracias al aumento del turismo, ¿para qué tener camareros que aguanten la primera ronda de copas con la posibilidad más que probable de la segunda? El problema ocurre cuando se trata de almuerzos de negocios con cubiertos con un coste mínimo de 60 euros. Algunos hosteleros alegan que el gran problema es la falta de personal, cuando en realidad para qué pagar más horas a un empleado si ya se ha hecho la caja con los viajeros que, además, almuerzan más temprano, no hacen sobremesa y salen pitando para patear la ciudad.
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