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Los indígenas de mi ciudad, un pueblo de veraneo, nos despedimos a finales de junio diciéndonos alegremente unos a otros: “Ya nos veremos en septiembre”. Esos dos largos meses por delante hay que concentrarlos en recibir a los foráneos. Anteanoche tuvimos la cena del reencuentro. Hemos dado lo mejor de nosotros mismos para que los veraneantes se sientan integrados y hasta presuman de amigos aborígenes.
Me gustan muchísimo todas las taxonomías, pero la de la amistad, más. Según avanza la vida vamos sumando distintos tipos de amigos: los mismos veraneantes, los maridos de las amigas de nuestra mujer (los que más vemos), los compañeros de trabajo, los columnistas, los de la política, los que escriben poesía, los vecinos de comunidad, los que hicimos aquel viaje juntos, los padres de los amigos de nuestros hijos (a los que empiezo a ver con una llamativa frecuencia), etc. De todos, el grupo más interesante son los amigos del colegio.
Digo más interesante por su riqueza de matices. Se suma un profundísimo cariño con unas diferencias grandes y crecientes, porque cada cual tomó su camino personal y profesional. Chesterton decía que la familia es la prueba definitiva de la sociabilidad porque no escoges a tus padres y hermanos, sino que son los que te tocan. Es como si cayeses –decía– por una chimenea en un salón extraño. Con los amigos del colegio la prueba es todavía mayor. Nos echan por una ventana abierta en una clase con unos tipos con los que sólo compartimos año de nacimiento, la comarca y, si el colegio es privado y religioso –como lo fue el mío y yo no quiero hacer trampas ni al solitario–, unas familias que coinciden en cierta holgura económica –con abismales diferencias– y un compromiso católico –con sus diferencias también–. A partir de ahí, cada uno es de su padre y de su madre y, además, se emancipa. La prueba de sociabilidad durará toda la vida.
Y la superaremos con buenísima nota. No sé si comprenderlo todo es perdonarlo todo, como se dice, pero con los amigos del colegio conocerse mucho es encontrarlo todo muy gracioso. Las peculiaridades de cada cual resultan divertidísimas, quizá porque las hemos visto brotar poco a poco desde el magma indiferenciado de una clase de infantil. Cada vez se habla más de tolerancia en nuestra sociedad y cada vez hay menos. Con los amigos del colegio, la palabra “tolerancia” sería un insulto entre nosotros, pero cada vez hay más.
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