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No. No se trata de aquel movimiento que hizo del siglo XVIII europeo un campo donde se labraba el futuro del ser humano abonándolo con dosis importantes de razón, equilibrio y estudio a la vez que se luchaba contra las oscuridades de la superstición, una cierta religión y el llamado ‘equilibrio natural’ que no era más que el intento de preservar la continuidad de las tiranías. A aquella época se le llamó el Siglo de las Luces porque se estimaba que el conocimiento había de acabar con la negrura de épocas pasadas. Pero no, el nuevo siglo que nos mira tiene su inspiración en otras luces menos espirituales y más artificiales, al amparo de unas siglas: LED.
Los nuevos defensores de este movimiento no son escritores, filósofos o intelectuales preocupados por el devenir de la Humanidad. Aquellos no llegaron a ver el éxito global de sus ideas porque durante su vida sufrieron constantes ataques por parte de las fuerzas ‘oscuras’ dominantes, aunque finalmente triunfaron. Los adalides de la luminosidad son ahora alcaldes y alcaldesas que convocan a sus ciudadanos, un mes antes de la Navidad, a un acto tan lleno de gente como vacío de contenido: el encendido de miles o millones de bombillas, multiplicando presupuestos en una competición planetaria absurda por demostrar quién engrosa más la factura de electricidad.
Si aquel movimiento intelectual y político de hace trescientos años tenía la grandeza de los acontecimientos históricos, y la altura de miras de gente preocupada por sus semejantes, esta reciente avalancha de brillo de oropel para unas fiestas cada vez más largas envuelve un gran vacío de artificial alegría por no se sabe qué. En uno de los capítulos de la espléndida serie ‘La edad dorada’, toda la ciudad de Nueva York salía a la calle para asistir asombrada al encendido del primer alumbrado eléctrico de la urbe, allá por los finales del siglo XIX. Eso tenía un sentido, pero ahora ¿qué aplaudimos y brincamos todos a los sones de Mariah Carey?
Los esforzados luchadores de la razón y la democracia tuvieron que combatir la tremenda fuerza de la sinrazón, mientras que estos políticos eléctricos de ahora se dejan llevar por la corriente, ven en esta despilfarradora celebración de la Navidad una idea de ciudad, y tienen tras de sí el apoyo popular, el beneplácito de la economía y el bolsillo de la hostelería y el comercio. Falta un sentido humanista, pero eso a quién le importa.
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