El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
DE POCO UN TODO
LA sorprendente subida de impuestos del hipotético Gobierno de derechas cuenta con el apoyo de la parte más fiel de sus votantes (que lo votaron para lo contrario) y con la íntima satisfacción de aquellos que predijeron que lo haría. El Gobierno también ha cumplido mis vaticinios, pero a mí sólo me ha entrado una íntima desazón.
Hace una semana decía yo que la derecha no es nada, y hete aquí que tenemos a la derechona, la llaman, aplicando unas medidas que estaban en el programa de IU, y amparándolas en un discurso de talante progresista. El neoliberalismo, tal y como lo entienden los gobiernos occidentales, no es, como defienden algunos doctores en economía, un liberalismo más puro. Consiste en un apaño, que es lo que suele pasar siempre con las segundas versiones: más liberalismo para nuestro mercado de trabajo, sí, pero no para su política fiscal ni institucional ni para sus privilegios.
El vaticinio mío cumplido que más me preocupa, sin embargo, es el de que la crisis es moral. Algo huele a podrido en nuestro sistema político cuando los que han ganado hace cuatro días unas elecciones prometiendo que no subirían los impuestos lo primero que hacen, tras subirse en sus coches oficiales, es subir los impuestos. ¿No se dan cuenta de hasta qué punto socavan los más elementales cimientos de la democracia, y hasta la famosa previsibilidad de la que presume mucho Rajoy, y la mínima confianza, fundamental para la economía?
Ellos no mienten sobre el déficit, vale, pero eso no es tanta excusa como creen. Primero, porque unos políticos responsables, viendo la pinta que tenía esto, deberían haber previsto que el escenario podía ser mucho peor. No son serias esas caras de sorpresa. Y, en segundo lugar, porque han empezado haciendo aquello que prometieron que no harían. Cuando todo está mucho peor de lo esperado, en casos extremos, es posible cambiar lo pactado. En Derecho lo ampara la cláusula de rebus sic stantibus, pero por cumplir la palabra dada eso ha de dejarse como la última medida y tras haberlo intentado todo. El orden de los factores hubiese alterado el resultado. Si hubieran realizado primero reformas institucionales y apretado sus propios cinturones, podrían haber acometido después la subida de impuestos con menos desfachatez.
Para colmo, tampoco servirá de nada. Como ellos mismos nos explicaban muy bien antes de hacer enseguida lo contrario, los impuestos excesivos ahogan a las familias, gravan el trabajo, dificultan el pago de la deuda privada, retrotraen el consumo, desalientan la inversión y sostienen las inercias de gasto público. Se han cubierto de gloria.
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