La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
de todo un poco
FRACASÉ al tratar de explicar a la gente que la educación mixta y la educación diferenciada son dos posibilidades igual de respetables pedagógica y jurídicamente. Y eso que lo intenté de mil modos, recurriendo a datos estadísticos y resultados, alegando puros y nítidos derechos constitucionales y extendidos reconocimientos internacionales o remitiéndome, con el corazón en la mano, a mis recuerdos infantiles. Nada ha servido, vista la alegría con la que muchos celebran ahora que en Andalucía pierdan sus conciertos los pocos colegios que, con gran demanda por parte de las familias, ofrecen educación no mixta. Este fracaso, sin embargo, no me frustra demasiado, porque tengo la impresión de que aquí operan prejuicios francamente infranqueables.
En cambio, sí me duele mucho tanta alegría general por el hecho de que otros ciudadanos pierdan un derecho cuyo ejercicio no quitaba nada a nadie. Hay un regodeo realmente raro en la pérdida de libertad del prójimo que demuestra un tic totalitario, probablemente subconsciente, pero operativo. Y hay, de propina, una frase que se repite demasiado y que me resulta excesivamente chocante: "Si quieren educación diferenciada, que la paguen".
Ya la están pagando. Los padres que eligen llevar a sus hijos a colegios de educación diferenciada pagan sus impuestos como los demás. ¿Por qué habría que imponerles una nueva carga? Detrás de un comentario en apariencia trivial como ese "quien quiera, que lo pague", hay una concepción viciada de lo público: como si el dinero no saliese de los impuestos de todos, como si fuese de nadie, que ya dixit la preclara ex ministra de cultura Carmen Calvo, en memorable lapsus; y todavía peor, como si ese dinero de nadie ya se hubiese posicionado ideológicamente y perteneciera por derecho natural a las autodenominadas fuerzas de progreso.
La cuestión de los conciertos de los colegios de educación diferenciada puede parecer menor, pero no lo es. Están en juego el respeto a la libertad del otro, la naturaleza del dinero público, el sesgo partidista de los presupuestos y la tentación permanente de crear unos ciudadanos de segunda que paguen el doble por la mitad de derechos. Ya he renunciado a convencer a nadie de las ventajas que por su parte ofrece la educación diferenciada, pero me horrorizaría fracasar en el intento de compartir con todos el respeto a la libertad y a la neutralidad de lo público.
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