Más que palabras

Cuarto de muestras

03 de febrero 2025 - 03:05

Nada me gusta más que escuchar a alguien hablar bien. Es a lo que he aspirado desde pequeña cuando los escritores daban largas entrevistas a Sánchez Dragó y en el programa “La Clave” los tertulianos rebatían no sólo con argumentos sino también con audacia y solidez, con autoridad. Desde mi profunda timidez de niña elaboraba discursos internos y los replicaba. Eran tan repetitivos como el “ni que sí ni que no” del cuento de la buena pipa, pues nunca tenían ni principio ni fin. Cuando llegaba la hora de hablar de verdad cesaba la fluidez y escuchaba mi propia pobreza. Así empezó quizás mi hábito de leer y de apropiarme de las palabras. Las que más me gustaban las robaba y las metía en el saco roto de la memoria que después dejaba olvidado por aquí y por allá. Afiné como ladrona mi pericia escondiendo en lo más hondo las palabras valiosas para que no se descubriese que las había robado. De vez en cuando me asomaba al saco de mi pillaje para saborear el botín. Escribía con letras de molde, arrastraba mi mano zurda y les pasaba el dedo por encima después de deletrearlas o las susurraba porque había palabras que no era capaz de utilizar en vano. Por mala conciencia eludí toda cita. Yo no quería la erudición de conocer lo ajeno sino la ambición de tenerlo como propio. Conseguí disimular mi pensamiento desmañado y torpe, mi imposibilidad de ser elocuente. El corazón palpitaba nervioso al hablar en alto.

Con los años descubrí que la palabra es un don que hay que soñar y al que se va buscando con la voz (una voz fea no transmite), con la riqueza de vocabulario (que es dominio certero y no adorno), con la experiencia (no hay palabra más creíble que la vivida), con la precisión (la desnudez es el mejor altavoz, el mayor reclamo de atención), con el conocimiento (las palabras tienen la capacidad de perder su significado si no se las conoce), con la mirada (son nuestros ojos los que leen y los que hablan), con la fluidez (las palabras deben brotar sin dificultad de un manantial), con la personalidad (somos lo que decimos) y con el misterio (las palabras son poesía y trascendencia).

Sigo buscando ese preciado don, sigo esperándolo, sigo reconociéndolo en los demás. Sigo echándolo de menos cuando tan sólo oigo simple palabrería, lugar común, discurso aprendido, torpes lecciones de asesores de imagen. Ruido. Es triste descubrir que muchos cuando nos hablan quieren hacer lo blanco negro porque la palabra también puede ser engaño. Engaño y autoengaño Han convertido su palabra, la palabra, en desprecio. Y les votamos.

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