El pan caliente

El mundo de ayer

Hace años, cuando para enterarse de algo nuevo o viral seguía siendo a veces necesario que alguien nos lo dijera en persona, alguien me habló de la existencia de un vídeo tierno y descacharrante a partes iguales. Comenzaba con una frase blanca sobreimpresionada sobre un fondo negro, con un tufillo a Windows Movie Maker: “Con el mayor de los respetos a la profesora Ester Lopez [sic]”.

Lo primero que se ve es un folio o una cartulina en la que, con esmerada letra de cuadernillo, bajo el título “La profesora Ester”, se anuncia: “Las tablas de multiplicar”. Con un rápido fundido, el cartel pasa al fondo, y ocupa el primer plano una mujer mayor, vestida con una blusa de flores y un cuello vuelto burdeos, unas gafas de pasta grandes, a lo Santiago Carrillo, el pelo suave, el rostro surcado de arrugas. En el vídeo original, esta mujer dedica los siguientes minutos a decir, una por una, las tablas de multiplicar. Nada más y nada menos.

El segundo vídeo, el viral, acompaña su letanía con los conocidos compases de Still D.R.E., del rapero y productor Dr. Dre, un pegadizo ostinato que es carne de meme y que en este caso encaja sorprendentemente bien con la lección de la señora López. El golpe es muy bueno, pero incluso en ese contexto de broma, ciertos detalles disuelven la risa inicial en una sonrisa amable, llena de respeto. Esta mujer, lo que muestra, lo que dice, sus formas y educación, traen consigo un tiempo distinto.

Al terminar la tabla del 12, dedica aún un minuto a dirigirse a su audiencia, con unas palabras que, por su cortesía y su sintaxis descuadrada, merecen ser recogidas al completo: “Estas tablas son como el pan caliente, porque eso es lo más necesario en la vida, de saber muchas cosas útiles para la persona. Un saludo cariñoso a la gente que me ve en la computación, porque con este noble título que tengo de profesora, es para darle gozo a cualquier persona, porque ya soy adulta a mis 86 años de vida, pero los tengo como que yo fuera una señora de cincuenta y tantos años. Gracias y saludos a todos los que me vean”.

Mi abuela Petra aprovechaba cada visita para contarnos que sólo pudo ir a la escuela un par de días, antes de quedarse en casa ayudando a sus padres. Ni una sola vez era capaz de contarlo sin que se le humedecieran los ojos. Saber leer, contar, ir al colegio, fue para ella siempre una promesa, un camino muy distinto al emprendido, una vida nueva. A veces, cuando abro un libro, me acuerdo de ella, leyendo con gafas grandes y ojos torpes las aventuras del pirata Garrapata en el salón de casa, aprendiendo, empezando, buscando calmar su hambre. Y yo parto el pan caliente, y lo brindo a su recuerdo.

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