Pasión y muerte en Palestina

12 de abril 2025 - 03:06

Para mí esto de la Semana Santa es un arcano, mira que me esfuerzo. Que la gente le atribuya propiedades mágicas a unas tallas de madera tiene más que ver con la superstición que con la razón. Ya saben ustedes: al principio el hombre creó a Dios. Todo aquello que carecía de explicación en la mente de los primeros Sapiens se achacaba a un ser superior. Miles de años después, todavía estamos en estas, a pesar del avance de la Ilustración y de la ciencia. Soy capaz de entender que para algunos tenga que ver con la tradición, sus padres los llevaban a ver procesiones, es como volver a la infancia un rato cada año, y encima es un espectáculo gratuito para muchos, por mucho que a los ajenos nos parezca aburrido. Cada uno es cada uno con sus cadaunadas. Dicho lo anterior, observo estupefacto cómo se repiten algunas costumbres extrañas: ¿Para dar un pregón hay que ponerse un chaqué como si fuera una boda de la clase media aspiracional? ¿Hace falta el tono tenebrista de un escenario a oscuras, declamar unos versos, poner unos enseres? ¿Es preciso que alguien le regale al pregonero unas tapas para el texto, una jarra para el agua?¿Hay que depositar los folios del pregón la noche antes a los pies de una imagen?¿Los capillitas tienen que ir de traje oscuro? A ver si alguien me explica todo esto, dicho con todo el cariño a Miguel Ángel Sastre Uyá, que aunque no está con nosotros Juan Manzorro cada vez que escribo algo sobre él es como si me volviera a llamar el Becario de Vejer a reñirme. Tampoco soy capaz de entender toda esa denotación y connotación que tiene cada paso, cada procesión, cada cofradía. Diré incluso que las marchas procesionales son como las militares, aunque mi juicio carece de valor dado que soy medio sordo. Que la polémica de este año sea si se han puesto no sé qué vallas en la calle Nueva o no sé cuántos palcos en la Carrera Oficial no deja de hacerme gracia. Al final la venta de sillas y de palcos o el pago de subvenciones me recuerda a aquella escena de los Evangelios en la que Jesucristo, en el que dicen creer los cofrades, expulsa a los mercaderes del templo. Siempre que veo el dineral que se gastan las hermandades en montar todo el espectáculo pienso en lo mal que lo pasan los palestinos, que son los que viven en eso que los creyentes llaman Tierra Santa. Estamos preocupados por los tejemanejes de Donald Trump y nos olvidamos que se está cometiendo un genocidio para con el pueblo que vive en el país donde, en teoría, vivió aquel en el que los creyentes piensan que es el hijo de su Dios. Ahora que llega la conmemoración de la pasión y muerte de aquel, no estaría de más recordar a los palestinos masacrados. Dijo Massimo D’Alema: “La fe es un don y yo no lo tengo”.

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