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A Pedro Sánchez se le vio con el gesto torcido ante el Congreso defendiendo el rearme de Europa. Le pidió que convoque elecciones hasta alguno de sus socios, aunque sea por dignidad, pero le tiran más las encuestas que el amor propio. Si éstas le favorecieran, nadie duda que lo haría, pero no parece el caso. El presidente parece convencido de que a un país acostumbrado a hacerse trampas al solitario camuflando el presupuesto de Defensa en partidas de ciencia y tecnología, tampoco le resultará difícil recorrer el camino inverso para cumplir con sus aliados. Al fin y al cabo, el presupuesto de Defensa siempre ha crecido, salvo en lo más crudo de la crisis, pese a que todos los gobiernos prometieron reducirlo. Y si no se formó tanto revuelo es porque no se le daba publicidad. No se puede pasar por alto que nuestro espíritu es más bien antimilitarista, quizá porque Rusia nos queda lejos o porque no sufrimos una amenaza exterior desde la invasión napoleónica. Aquí llamamos fragatas a los destructores y buques de proyección estratégica a los portaaviones. Pero los eufemismos no bastan para eludir la realidad. Lo que Sánchez jamás imaginó es que le iba a tocar a él defender que no podemos tener un ejército de chiste, apelando al sentido común de la mayoría. Estados Unidos, nuestro tradicional aliado, reniega de Europa, le impone aranceles brutales y encima se pone de parte de Putin en la guerra con Ucrania. De repente, nos vemos en mitad de un combate entre las democracias liberales y la ley del más fuerte para establecer un nuevo orden. Desde la UE afirman que no queda otra que el rearme para no quedar fuera de juego. Pero Sánchez resalta que no se tocará un céntimo del gasto social y subraya que hablamos de un ejército europeo. ¿Y de qué chistera sacará el dinero?
El presidente sabe que en el fondo su problema no lo tiene tanto dentro como fuera. Bastante tiene el PP con no mostrar fragilidad con sus acercamientos a Vox, y sus socios, cada día más acomodados en las instituciones, ahora no pueden cuestionar el sistema. Sánchez con quien padece un dolor de muelas es con el jefe de la OTAN, Mark Rutte, que anuncia en nuestro nombre que llegaremos al 2% del PIB en gasto militar este mismo verano. Y aún le preocupa más la UE. Ursula von der Leyen es quien nos impone superar el 3% del PIB y ella sí tiene mecanismos para presionarnos, más allá de las bravuconadas de Trump. Sánchez presume tanto de que crecemos más que la media europea, que no puede negarse a arrimar el hombro. Somos los que menos aportamos y recibimos como el que más. Como está seguro de poder hacer con el pueblo lo que quiera por decreto, viene a decir que vamos a meter la pasta, aunque ya veremos cómo. Tiene un plan tan secreto, que parece que no lo conoce ni él. Si satisface a sus aliados sin poder contar esta vez con los fondos europeos y no contempla reducir las políticas sociales, sólo queda confiar en que no piense en subir los impuestos, ¿verdad?
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