Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Envío
La primera vez que estuve en Estados Unidos, entré por Washington DC. En nuestros largos paseos de aquellos días, ya fuera por Georgetown, por la ribera del Potomac o de salto en salto por los museos del Mall, mi mujer y yo teníamos la sensación, hasta darnos la risa, de que todo aquello ya lo habíamos visto antes, vivido antes. Desde los tipos humanos y sus indumentarias al sonido de las sirenas policiales, desde los taxis a la estatua de Lincoln y la gran escalinata del Memorial, todo tenía un aire más familiar que déjà vu, tal es la fuerza con que, gracias al cine y a la televisión, llevamos impresas desde niños las estampas del coloso americano.
El frustrado magnicidio de Butler, Pensilvania, ha tenido todos los ingredientes exigibles a uno de esos grandes films que han logrado hacer de América el lugar por excelencia de la memoria común del mundo entero. Ni el mejor guionista hubiera sido capaz de conjugar con tal acierto la cantidad de elementos necesarios para crear e ir aumentando la tensión de la escena hasta el verdaderamente increíble final: que la bala destinada a acabar con la vida del candidato presidencial, tan amado como odiado, le rozara hasta el punto de morderle la oreja –¡precisamente la oreja!– para permitirle después una salida del escenario absolutamente épica que cualquier gran cineasta se hubiera ufanado de rodar. Los vídeos de simples testigos, las fotos de los reporteros poseen tal fuerza que es inevitable dejarse llevar por la sensación de que se está ante un momento verdaderamente histórico. Donald Trump que unos minutos antes era lo que todos sabemos, para lo bueno y lo malo, sale por su propio pie y sobre sus zapatos convertido en un gigante al que nadie podrá ya discutir, incluso si perdiera la elección, su puesto en la mitología de nuestro tiempo.
Como en toda gran película, las zonas de sombra se acumulan: Ante todo, ¿cómo pudo un joven absolutamente anodino de veinte años idear, preparar y llevar adelante un plan de tan extraordinaria dificultad y ciertamente suicida? ¿Cómo es posible que la seguridad no hiciera nada, pese a las advertencias de algunas personas que vieron al asesino sobre el tejado minutos antes, y, sin embargo, pudiera abatirlo casi en el mismo momento de lanzar su rágafa mortal? Esta espectacular película está pidiendo ya su segunda parte.
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