Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
DE POCO UN TODO
HA producido bastante revuelo la frase que Rajoy susurró a un micrófono abierto en Bruselas, manifestando su convicción de que la reforma laboral "me va a costar una huelga". No creo que eso se le escapase a Mariano, hombre prudente hasta el tancredismo, y criado a la sombra de los micrófonos.
De hecho, son muchas las ventajas que el presunto despiste le depara. Para empezar, convence a sus severos socios europeos de que las reformas van en serio, y tanto que harán daño y provocarán reacción, que es tal vez lo que los burócratas entienden por seriedad. El mismo mensaje se manda a los famosos mercados, a los que, porque lo llevan en la sangre, les encanta el off the record y los rumores, como a todos los que se creen muy listos y valoran más que la información el que ésta sea privilegiada. Para consumo interno, tampoco la frase es inútil: avisa a los españolitos de a pie de la que se nos viene encima y nos prepara el cuerpo y tal vez nos vacuna. Y por último, le permite presumir de previsor. Ya observó Dante che saetta previsa vien più lenta, o sea, que cuando uno ve venir el peligro, lo advierte lo suficientemente de lejos como para apartarse con tiempo, con el gesto torero de suspirar: "Si ya lo sabía yo…".
Pero algo rechina en la frase de Rajoy. Es el "me". Basta una sílaba para que la expresión se tiña de un cargante paternalismo subconsciente. Así hablan las madres cuando dicen que sus niños no "les" comen. Paternalismo aparte, el "me" demuestra un egocentrismo evidente, como si la hipotética huelga general se la hicieran a él, centro del universo, alrededor del cual gira, parece que piensa, la vida nacional. Trae a la memoria el verso de Góngora: "Y nada temí más que mis cuidados". Sin embargo, la huelga es el último recurso de los trabajadores y es a ellos a quienes les va a costar: un día de salario, como mínimo; y a España muchos millones del PIB.
Seguramente no quede más remedio que abordar una tajante reforma laboral y quizá eso tenga que contrariar a los trabajadores, cansados de ser los que pagan el pato de la crisis. Pero tengo dicho que Rajoy podría haber empezado, antes de subir los impuestos y flexibilizar ahora el mercado de trabajo, con las reformas estructurales y la austeridad de la clase política, que siguen estando por ver. La situación es tan grave, nos responden, que todas las medidas son pocas. Pero al menos sí se le puede pedir, creo, algo más de gravedad a la hora de profetizar una contestación en la calle que no sería ni una broma ni un trámite ni una cuestión personal, sino el signo de la más honda preocupación de los trabajadores.
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