Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
En tránsito
El otro día compré una piña en el Mercadona de mi barrio –una piña en rodajas, eh, no me sean malpensados– y me acordé de la histeria que se ha vivido en estos días con la estrafalaria idea de que muy fácil ligar en el Mercadona si uno lleva una piña tropical en el carrito. Por lo visto, la estrategia consistía en comprar una piña –una sola, eh–, colocarla en el carrito y luego pasearse despacio por la sección de vinos. Y al poco tiempo, zas, era inevitable que el portador de la piña entablara una hermosa relación sentimental con otro portador o portadora de una piña, creo que colocada boca abajo, pues esa era la señal convenida entre los supuestos conjurados. Por lo visto, hubo varios supermercados de la cadena que sufrieron una avalancha de compradores de piñas tropicales, y hasta se ha dicho que uno de esos supermercados tuvo que cerrar el área de frutas y verduras ante los riesgos de la aglomeración. Para que luego digan que vivimos en un mundo infeliz.
El Mercadona donde compro no se distingue por su glamour ni por la distinción de sus compradores (yo el primero, que conste). Está en un barrio obrero donde hay inmigrantes –muchos–, estudiantes que se lo piensan dos veces antes de comprar una lata de fabada y personas mayores que caminan muy despacio empujando un andador. Ligar, lo que se dice ligar, no parece la actividad favorita de esos clientes, más bien desfavorecidos por los dioses de la fortuna y por los dioses –igual de caprichosos– que otorgan la belleza humana. La gente que compra en ese Mercadona parece mucho más preocupada por los precios que por la vida sentimental. Pero es verdad que compré la piña –en rodajas– al mismo tiempo que lo hacía una chica, y esta me dirigió una rápida mirada inquisitiva que luego se convirtió en un simple gesto de desdén. Si la chica había interpretado la compra de la piña como una invitación a una aventura, estaba claro que no vio nada digno de atención en este humilde servidor de ustedes. Y allá que se fue con su piña –en rodajas–, no sé si hacia la sección de vinos o hacia la sección de productos congelados. Miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Empieza septiembre y todo se nos pone cuesta arriba: el trabajo, la rutina, el calor pegajoso... Todo se confabula contra nosotros. Y ni siquiera la piña en rodajas nos da una pequeña alegría en el supermercado. Qué desgracia.
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