Virginia León Y Miguel Guillén

La pintora del neoclásico gaditano

museo al descubierto

Victoria Martín del Campo es una de las pocas mujeres del XIX que exhiben su obra en el Museo y una de las figuras claves en la llegada de los cánones ilustrados a la pintura

16 de noviembre 2013 - 01:00

La pintura del XIX no tiene nombre de mujer, precisamente. Pero algunas féminas despuntaron en su carrera profesional, en el seno de una sociedad dominada por hombres. En el Cádiz del XIX, moderno y cosmopolita, lo tenían algo más fácil, y de ahí el agradable encuentro durante el recorrido por el Museo de Cádiz con algunas obras de gran calidad firmadas por excelentes pintoras.

Es el caso de la pieza Cupido y Psique, que bajo al firma Martín Barhié se exhibe en el Museo de Cádiz. Con sus apellidos de soltera firmaba esta pieza Victoria Martín del Campo, "una de las figuras clave de el neoclasicismo gaditano", explica el director del Museo de Cádiz, Juan Alonso de la Sierra. Fue precisamente su segundo marido, el profesor de la Escuela de Bellas Artes de Cádiz Luis María del Campo, quien la inició en la pintura, y en esta academia donde creció como artista, y donde probablemente pintó para la burguesía la obra que hoy es objeto de estudio. Escuela de la que también salieron las artistas Emilia Enrile y Joaquín de Fonsdeviela, cuya producción puede verse en el Museo.

En el caso de la pieza de Victoria Martín del Campo, es la temática de Cupido y Psique uno de los aspectos más interesantes que ofrece, al implicar elementos muy en sintonía con la cultura ilustrada que encandilaba a la burguesía local de la época, tan culta y moderna: el mito de la racionalidad frente al amor, como marcan los cánones neoclásicos. Tuvo mucho que ver la labor docente de la Escuela de Nobles Artes (fundada en 1789), siendo Victoria Martín del Campo uno de los valores en alza de la pintura neoclásica en la época.

En la obra basada en el relato mitológico de Lucio Apuleyo puede verse el momento en que la bella Pisquis alza con una mano la lámpara con que se alumbra para contemplar a Cupido mientras duerme, y en la otra el puñal con el que le propinaría la muerte. Una pieza que la pintora impregna de frescura y en la que hace un uso acrómico del color. También se inspira Martin Barhié en la escultural belleza griega de efectos naturalistas en los que deambulaba esta corriente.

Pero no sólo atesora esta obra la pinacoteca, pues expone asimismo otras que avalan su papel en el neoclásico gaditano: Autorretrato y Adoración de los Pastores.

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