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José Aguilar
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Yolanda Díaz puede estar tranquila: nunca diré lo guapa que está. No porque no lo esté, ojo, que a pocas personas les ha sentado mejor una cartera ministerial que a ella. Tranquila, porque tengo una timidez casi insalvable.
Otra cosa es lo que mire. Soy un piropeador tácito. “Mis piropos silenciosos/ sólo podrán censurarlos/ cuando me arranquen los ojos”, me arranqué una vez por soleá. A mi mujer no le gustó demasiado, porque los quiere todos (verbales y tácitos) para ella. Los piropos a otras, más allá de los oftalmológicos, son cada vez más delicados y, a menudo, superfluos. Siempre he pensado –ante alguien muy guapa que pasaba fugaz– que para qué iba a decirle lo que ella ya sabía y le diría probablemente mejor su novio.
El piropo ha tenido ilustres defensores, como Eugenio d’Ors que dio la definición redonda: «Piropo: madrigal de urgencia». El piropo, que etimológicamente tiene algo que ver con pira, con fuego, con pirotécnico y –como justa advertencia– con pirómano, es un elogio encendido, como una traca.
Y tiene un profundo valor humano. Se trata, como explicaba Julián Marías, de la disposición a estar atentos a la realidad, y agradecido por todo lo bueno que muestra o que encierra. Ortega y Gasset escribió en “Estética en el tranvía”, texto extraordinario, si se me permite el piropo, que “pedir a un español que, al entrar en el tranvía, renuncie a dirigir una mirada de especialista sobre las mujeres que en él van es demandar lo imposible. Se trata de uno de los hábitos más arraigados y característicos de nuestro pueblo”. Esa renuncia nos demandan ahora. Y yo entiendo que a lo mejor es más prudente callarlos, si ellas nos prefieren discretos, pero no hasta el punto de arrancarnos los ojos ni de desarraigarnos de lo español.
Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es la pérdida de la atención en todos los órdenes. No la perdamos en esto, donde tan fácil es atender, por otra parte, y donde tanta realidad puede ser agradecida. “Hoy la he visto…, hoy creo en Dios”, dijo Bécquer, y es una de mis jaculatorias más constantes.
Mi propuesta es que nos convirtamos en quintacolumnistas del piropo, en agentes secretos, en saboteadores de la indiferencia nihilista a la que nos quieren condenar. Que no se nos pase ninguna belleza ni alegría ni elegancia sin aleteo interior y aleluya en el alma. Sin decir ni mu, con los ojillos entrecerrados, rindamos nuestra reverencia.
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