Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
de todo un poco
CADA vez que alguien protesta del calor, recuerdo de inmediato a mi abuela materna, que no lo hizo jamás. Ella se había posicionado contra el frío, y no se permitía la doblez de renegar también de los calores. Era persona dulcísima, en cuya familia corría la tradición de saltarse -excepto en cuaresma- los misterios dolorosos del rosario, balanceándose felizmente de los gozosos a los gloriosos, en una muestra de epicureísmo católico como no conozco otra. Mi amable abuela, sin embargo, se rebelaba (se revelaba furiosa) ante las protestas proteicas. No podía con la gente que se pasa el año maldiciendo. "Si te fastidia el calor, bien", concedía, "pero luego no te nos quejes del frío; que ahí te quiero ver".
Yo, gracias a la inestable primavera pasada, asistí a que uno, en el mismo punto de un pasillo, me protestase en menos de horas veinticuatro del frío y del calor sin solución de continuidad. "Sin solución de ningún tipo", hubiese sentenciado mi abuela.
Nunca comenté con ella, y lo lamento ahora, ese eslogan publicitario con glosa añadida de "Tarifa, paraíso entre dos mares; la mare que parió al levante y la mare que parió al poniente". No le habría gustado la glosa. O se queja uno de la madre del levante o de la del poniente, pero no de ambas señoras. Quizá incluso, por una deferencia con Tarifa, que tiene lo suyo, hubiese tolerado las dos protestas, pero no habría pasado que se protestara también, como yo he oído, contra la mare de la calma chicha. Tres mares son demasiado, incluso para Tarifa.
Esto puede y debe extenderse a un sin fin de situaciones y actitudes. La protesta inagotable agota y resulta poco coherente y nada constructiva. En educación, por ejemplo, habría que ver si uno está en contra o del frío de la mediocridad o del calor de la exigencia, pero no protestar de los niveles sin parar y no parar de hacerlo contra los intentos más serios hasta la fecha (aunque podrían serlo mucho más) de lograr cierta excelencia en el sistema. Yo, como soy muy de mi abuela, acepto ambas posturas, pero una en unos, otra en otros. Todas a la vez en los mismos no me vale. Hay que posicionarse.
No políticamente, Dios nos libre, que los partidos pegan tales bandazos que uno acaba desnortado. Hay que posicionarse con respecto a valores, a ideales, a principios. Y no cambiar según sople el viento, ni para llorar siempre ni por reírse de todo. Algo de gallardía, señores.
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