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Como lamenta el poeta Miguel d'Ors, en la vida las cosas no vienen en fila india, una tras otra, sino «como un ataque de comanches borrachos». Esto, que es muy desordenado, produce ilustrativas confluencias. Estos días, hemos visto las imágenes de los legisladores de Nueva York riéndose, bromeando, felicitándose y abrazándose porque habían aprobado el aborto hasta el mismo día del embarazo. Y, a la vez, hemos visto a los equipos de rescate del niño Julen desolados, destrozados, agotados, fracasados.
Las imágenes eran la noche y el día, pero la noche no es la que lo parece ni el día tampoco. Los que se ríen tanto han aprobado una barbarie, que, además, deja el aborto sin argumentos a su favor. Se han metido en un charco, como se dice, y de sangre. Si se matan niños que podrían sobrevivir con facilidad fuera del seno materno, se desbarata aquel argumento del cuerpo suyo y tal, porque esas vidas podrían salvarse si, en vez de cortarlas, se adelantase el embarazo, como se hace tantas veces por otras razones menos perentorias. La paradoja es todavía más tremenda, porque se matan fetos a la misma edad o más que se les opera en el vientre materno para salvarles la vida. Queda en evidencia total el argumento de que lo que se liquida no sea un ser humano, porque, tal y como están las cosas, lo que sea humano o no, se está haciendo depender arbitrariamente de la voluntad de la madre, y así ni son las cosas ni las personas. Era lo mismo cuando el aborto se realizaba en los momentos iniciales del embarazo, pero con lo de Nueva York se ve más claro.
En cambio, los que lloran y han sufrido y han hecho un esfuerzo inútil en el fondo oscuro y angustioso de un pozo son seres luminosos, porque han dado el ejemplo de que cualquier vida humana merece, por salvarla, todo el trabajo y la entrega del mundo, contra reloj, contra el cálculo de probabilidades, contra las voces del sentido común; esperanza contra toda esperanza.
Don Quijote estaría muy orgulloso de los que bajaron al pozo de Totolán, porque él sabía y nos enseñó que las derrotas, cuando la causa es justa, son un timbre de gloria. Y que hay glorias y risas y púrpuras del mundo que son un deshonor y una vergüenza. Julen podrá explicar a los niños de Nueva York lo que vale una vida y el amor inmenso que se merece. Por fortuna, él sí se ha llevado amor y esperanza para dar y regalar. Se ha llevado lo que se debe a todo niño.
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