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La cuestión no es menor porque afecta a la misma esencia de la democracia: los españoles confían cada vez menos en los partidos como instrumentos capaces de representarlos y de defender sus intereses. Lo reflejan casi todos los barómetros de opinión que han abordado la cuestión durante los últimos meses. Los ciudadanos se pronuncian al mismo tiempo, aunque pueda resultar contradictorio, por la democracia directa a través de referendos y por un modelo de administración tecnocráticas en el que las decisiones estarían en manos de especialistas de cualificación acreditada. En el último publicado por 40dB se puede ver con claridad una tendencia preocupante en este sentido. Hay un hartazgo del modelo tradicional de representación que se traduce en una desconfianza creciente hacia los partidos y su capacidad de intermediación social.
Este fenómeno, que no es privativo de España, pero que aquí se da con una intensidad creciente, explica la aparición de un fenómeno como el de Alvise Pérez en las últimas elecciones europeas o los resultados de los comicios regionales de Alemania. Sin embargo, este deterioro de la imagen de los partidos no se ha traducido, todavía, en un aumento significativo de la abstención de las consultas ciudadanas ni en un desistimiento del debate social. Quizás todo lo contrario: las redes sociales están actuando como foro al que se desvía la discusión, aunque esta tenga un nivel bajísimo y esté trufada de mentiras y desinformación.
La situación está llena de riesgos: si los partidos pierden conexión con la sociedad, y es evidente que algo se mueve en esa dirección, su hueco lo llenarán otras instancias. Está ocurriendo ya: tipos como Elon Musk, propietario de lo que fue Twitter, están condicionando el debate social en todo el mundo y barriendo hacia posiciones extremistas.
En España se está produciendo un exceso de ruido político que se está llevando por delante la calidad de la democracia. El problema no está sólo enel nivel del Gobierno o en la incapacidad de la oposición para elevar el nivel de la discusión. Empezamos a tener un problema claro de solvencia de los liderazgos que se proyecta en todas las estructuras de las organizaciones políticas. Mientras esta situación no revierta tendremos una democracia en precario y, por lo tanto, un peligro cierto de que la gente continúe desenganchándose. No parece que esa reversión esté en puertas de producirse. Todo lo contrario.
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