La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
CREO en los Reyes Magos. Un purista no lo llamaría fe, pues no es creer lo que no se ve, sino que cada 6 de enero lo veo claro y mucho. Creencia o certeza, el hecho indubitable es que son ya 40 años durmiendo poco y mal. Paso unas noches muy inquietas los 5 de enero. La ilusión no me deja conciliar el sueño y mira que, consciente de los rigurosos requisitos del rito, aprieto los ojos con todas mis fuerzas. Hoy intentaré dormir por otro motivo: el año pasado los Reyes me visitaron en sueños.
No es un recurso literario. Me visitaron de veras, aunque fue una visita tan curiosa que incluso como manido recurso literario-onírico tendría un pase. Soñé que Melchor me traía un cofre muy pesado con enorme esfuerzo, y con una reverencia lo depositaba en mis manos. Cuando lo abrí, contenía una lista larguísima de cosas que no recuerdo, pero muchísimas y, junto a cada una, esta seca acotación: "No lo necesitas". A medida que leía, el cofre pesaba menos y menos hasta que era una pompa de jabón que, con un destello como un guiño, hizo plof, y desapareció. Aquello fue un alivio y una alegría y una liberación.
Despertado por la sorpresa y las palpitaciones y sin poder dormir y sin poderme levantar aún, di, durante la duermevela, en reflexionar sobre el misterioso regalo y sobre la felicidad y sobre la plenitud que me había dejado. Quizá el clásico regalo castigo, el carbón, lleva años queriendo decirnos lo mismo con su torpe lengua tiznada, ya que es, sobre todo, algo patentemente inútil.
Todo es regalo, pues: lo que recibimos y sobre todo lo que, porque no nos hace falta, no. Pensé en las experiencias negativas. Entiendo mal a aquellos que ahora, desde posturas liberales, presumen tanto de haber sido maoístas o radicales de izquierda, como si eso les otorgase un plus de legitimación. O en aquellos que detallan sus vivencias con la droga como si fuesen un mérito. Como su propio nombre indica, las experiencias, si son negativas, enriquecen por no haberlas tenido, del mismo modo que la auténtica posesión de lo inútil es ni desearlo siquiera.
Cuando por fin pude levantarme, los Reyes Magos habían venido a mi casa, efectivamente, y me habían dejado unos regalos algo necesarios que eran signos, además, de lo más necesario: del cariño. Qué bien. Pero durante todo este año no he olvidado el regalo metafísico de Melchor. Amigo de las tríadas, lamenté haberme despertado, víctima de mi alegría, antes de que Gaspar y Baltasar me entregasen sus cofres. Aunque eso ha conseguido lo impensable: que esté deseando acostarme esta noche y dormirme. Quizá vengan uno tras otro, año tras año. Ojalá.
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