Juan Torrejón Chaves

El primer presidente de las Cortes generales y extraordinarias

Biografía de Lázaro Dou, un barcelonés que a sus 68 años presidió en La Isla la sesión constituyente de un Congreso que declaró la unidad de la nación española

24 de septiembre 2015 - 01:00

VARÓN insigne, sabio jurisconsulto, literato distinguido, político consumado, honor de dicha Universidad [Cervera] y gloria de Barcelona, de Cataluña y de toda España". Así calificaba Jacinto Díaz y Sicart a Ramón Lázaro de Dou y de Bassols en el panegírico que leyó en la Academia de Buenas Letras de Barcelona en febrero de 1870.

Nacido en la Ciudad Condal el 11 de febrero de 1742, en el seno de una familia acomodada, fue hijo de Ignacio de Dou y Solá quien desempeñó el cargo de asesor y Juez de letras en el Tribunal del Almirantazgo del Principado de Cataluña desde 1738 a 1749, año en que falleció.

Educado en las escuelas de los Jesuitas establecidas en el Imperial Colegio de Nuestra Señora y Santiago de Cordellas, Ramón Lázaro marchó con 18 años a la Universidad de Cervera para realizar la carrera de Derecho, donde fue discípulo del afamado José Finestres y obtuvo los grados de licenciado y doctor en Leyes y Cánones con todos los honores.

Su deseo de pertenecer al mundo universitario quedó de manifiesto en el elevado número de oposiciones que efectuó. En aquellos tiempos, las cátedras no se otorgaban a perpetuidad: las de regencia, que eran las de entrada, concluían al finalizar el curso y necesitaban de una nueva oposición, mientras que las superiores duraban tres o cuatro años. En 1769 fue sustituto proUniversitate; en 1770 y 71 regentó la cátedra de Decretales haciendo las veces de catedrático; en 1776 obtuvo en virtud de oposición la cátedra de ascenso mayor de Cánones, que desempeñó dos años; en 1779 consiguió la de Decreto de propiedad; en 1788 fue nombrado para la de Prima de Código de propiedad; y en 1788 consiguió la de Prima en leyes.

Entre los años 1771 a 1776 ejerció la abogacía en el despacho de su hermano Ignacio, que era asesor del Consulado y Lonja del Mar de Barcelona en lo concerniente a Rentas generales y contrabando.

En 1783, al tratar Dou sobre la NuevaPlanta (1716), en la alabanza que prodigó a Felipe V lo presentó como el nuevo "Solón de Cataluña", derogador de las reliquias del sistema feudal. Al comentar la opinión que existía a la sazón entre muchos de sus conterráneos, escribió: "Tal es la índole del hombre, que casi nunca cree deber aprobar ni alabar sino lo que ha visto siempre desde niño en su país: las costumbres, las reglas, las leyes, las mismas acciones buenas, las prácticas en ninguna parte le parecen tan excelentes como allí donde ha nacido. Esto depende principalmente de que nosotros solemos juzgar más por sentimiento que por reflexión".

Posteriormente, en la Universidad de Cervera fue nombrado Vice-Cancelario y, en diciembre de 1804, Cancelario. En las universidades, el Cancelario poseía la autoridad para conferir los grados y era el jefe de ellas. Este título quedó sustituido por el de Rector en el plan de estudios de 1824, permaneciendo únicamente en la de Cervera, donde Dou continuó como Cancelario perpetuo con la facultad de nombrar en cada año académico un Vice-Rector que le ayudase.

El 23 de febrero de 1810 fue elegido Diputado propietario por Cataluña en el aula capitular de Tarragona, según el procedimiento establecido para las provincias ocupadas en parte por los franceses.

Su edad avanzada no le arredró para, abandonando las pacíficas ocupaciones del estudio y la enseñanza, arrostrar el peligro de un viaje por mar largo e incierto, sin apenas recursos. En su ayuda acudió un navío que fue enviado por el Gobierno de la España libre, en el que embarcó en unión de otros representantes catalanes quienes se hallaron en Cádiz a finales de agosto o principios de septiembre.

Fue así como, después de ser examinados y aprobados sus poderes, Dou se encontró entre los Diputados congregados el 24 de septiembre en el Real Palacio de la Regencia de la Isla de León.

A las nueve y media en punto salieron formados para dirigirse a la Iglesia Mayor Parroquial los miembros del Consejo de Regencia, del Consejo Supremo, los Secretarios de Estado y del Despacho, y los Diputados, hallándose tendida toda la tropa de Casa Real y la del Ejército acantonado. Tañían las campanas y una multitud jubilosa y entusiasta aclamaba "¡Viva la nación! ¡Vivan las Cortes!" al paso de la comitiva, arrojando flores y octavillas con canciones patrióticas. El espectáculo resultó sublime. Agustín de Argüelles, que fue testigo de los hechos, escribió: "En vano se intentaría describir el estado de los ánimos en aquella ocasión para siempre memorable".

Durante la misa votiva del Espíritu Santo, se tomó juramento a los Diputados. El momento fue representado medio siglo después por Casado del Alisal en el cuadro que se encuentra en el testero del Salón de Sesiones del Congreso.

Finalizada la función religiosa, la comitiva se encaminó desde el templo a la Cámara de las sesiones donde los Diputados ocuparon sus lugares sin preferencia alguna y el Consejo de Regencia se situó en el trono. Su Presidente, el Obispo de Orense, pronunció un breve discurso a cuya conclusión se retiraron los Regentes a su Palacio y con ellos los ministros que habían asistido a la ceremonia.

De esta manera quedaron abandonados a su suerte los "padres de la patria" -así fueron aclamados aquel día por el pueblo- en un humilde teatro de comedias abarrotado de expectantes espectadores, sin experiencia previa ni norma alguna para el desarrollo de las actuaciones parlamentarias, con sólo un recado de escribir y algunos cuadernillos de papel sobre una mesa en cuya cabecera estaba una silla de brazos y, a los lados, algunos taburetes.

Mas, a pesar de tamañas dificultades, las Cortes no vacilaron y procedieron de inmediato a elegir su Presidente y su Secretario, después de haber designado otros momentáneos para sólo el acto de elección de los que lo fuesen en propiedad.

Cada Diputado se acercó a la mesa y dictó al Secretario provisional el nombre de la persona que elegía. Varios aparecieron en el escrutinio, reuniendo mayor número de votos Ramón Lázaro de Dou y Benito Ramón de Hermida, sin alcanzar ninguno de los dos la mayoría absoluta que previamente había sido acordada.

Efectuada una segunda votación entre ambos, resultaron 45 votos para Hermida y 50 para Dou. En consecuencia, éste fue nombrado primer Presidente de las Cortes. La causalidad hizo que en el día se celebrara la festividad de la Merced, patrona de su ciudad natal desde 1687.

Es importante indicar que la mayor parte de los Diputados no se conocían entre sí, ni siquiera de nombre, y que no habían tenido tiempo para poder alcanzar acuerdos.

En la elección de Dou se tuvieron en cuenta diversos aspectos: el estado sacerdotal; la edad (tenía 68 años); el carácter moderado; el prestigio académico y el rango de Cancelario en la Universidad de Cervera; y, por encima de todo, su relevancia como jurista. Ninguno de los componentes de la Cámara poseía un mayor y más profundo conocimiento de la parte del ordenamiento jurídico que organiza el Estado y sus órganos y divisiones funcionales entre sí, y regula las relaciones entre el poder público y los particulares, ya que de sus manos había salido la obra que ha sido considerada como la mejor síntesis del derecho público positivo del Antiguo Régimen: las Instituciones del derecho público general de España, con noticia particular de Cataluña y de las principales reglas de gobierno en cualquier Estado, publicada en nueve volúmenes entre los años 1800 y 1803.

Junto a ello, no debe olvidarse la relevancia numérica de los Diputados procedentes de Cataluña, la segunda después de los de Galicia. Quince fueron los presentes en la primera sesión de las Cortes, además de Dou: Felipe Amat y de Cortada, Ramón Sans y de Barutell, Juan Batlle y Milans del Bosch, Plácido Montoliu y de Bru, Francisco Papiol y de Padró, Francisco Morros y Cibila, José Vega y Sentmenat, Fèlix Aités Duat, Ramon Utgés de Eixalá, Salvador Vinyls y Galí, Jaime Creus y Martí, Ramón de Lladós, José Antonio Castellarnau y Magriñá, Antonio de Capmany y Suris de Montpalau, y Francisco Calvet Rubalcaba. El conjunto significó más del 15 por 100 de la representación nacional.

Tras la elección de Presidente y Secretario, las Cortes trataron algunas formalidades preliminares y, desde las dos de la tarde y hasta las once de la noche, discutieron el primer decreto sin que saliera del Salón ningún Diputado. Las nueve horas de debate resultaron apasionantes, en las que la prudencia y buen sentido de Dou debieron ponerse de manifiesto en más de una ocasión.

De lo primero que se quiso dejar constancia fue que los componentes del Congreso representaban a la nación española. Esta rotunda afirmación poseía una importancia extraordinaria, ya que establecía que la representación provenía de una elección efectuada por una Junta Superior, provincia o ciudad, pero que los Diputados eran representantes de la nación entera entendida como un todo indivisible.

Seguidamente se declararon legítimamente constituidos en Cortes generales y extraordinarias, y que en ellas residía la soberanía nacional. En esto radicó el sólido fundamento de su ingente obra legislativa.

El augusto decreto de 24 de septiembre, origen de nuestro liberalismo, llevó la firma de Dou como Presidente y de Pérez de Castro como Secretario.

El barcelonés declaró que se le había honrado grandemente con el cargo, pero que el mismo significó tener que ocuparse en asuntos gravísimos así como en "infinitas cosas a que debía atenderse por un cuerpo naciente con falta de reglamento".

Como las Cortes establecieron que la Presidencia debía durar un mes, en la mañana del 24 de octubre fueron elegidos un nuevo Presidente y el Vicepresidente. Se dio la particularidad de que ninguno de los dos se encontró presente en la Sala, por lo que el Congreso acordó que Dou continuase una sesión más.

El diputado por Barcelona permaneció en las Cortes generales y extraordinarias todo el tiempo que las mismas duraron, desarrollando una labor destacada en las muchas comisiones a las que perteneció; intervino públicamente en diversas sesiones; y, en marzo de 1812, firmó y juró la Constitución Política de la Monarquía Española.

Quedó como Diputado suplente en las primeras Cortes ordinarias en espera de la llegada de los propietarios, trasladándose con el Congreso a la Isla de León a mediados de octubre de 1813. En la sesión del 27 de noviembre, el Congreso accedió a su solicitud de permitírsele regresar a Cataluña.

205 años después conviene traer a colación lo ocurrido en la Isla de León el 24 de septiembre de 1810, cuando los representantes de la nación española de ambos hemisferios, tras vencer obstáculos tan extraordinarios, asombraron al mundo reunidos en una asamblea de la que no existía precedente alguno.

La Historia, "maestra de la vida y testigo de los tiempos" (Cicerón), viene de este modo en ayuda del presente: enseña el camino del triunfo compartido y advierte que "la flor de la discordia intestina es infecunda" (Ibn Hazm de Córdoba).

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