La primera preocupación

Europa entera busca de manera inmisericorde construir, en territorios externos, auténticos campos de concentración

22 de octubre 2024 - 14:45

EL turismo es la ocupación ociosa (valga la aparente contradicción) más en auge en el planeta. Podemos decir que incluso es la que más se ha extendido entre casi todas las clases sociales, la que más se ha ‘democratizado’ si queremos emplear una expresión muy en uso aunque de dudosa realidad. Viajas por el mundo y te cruzas en calles, museos y restaurantes con gente de todas las procedencias, culturas y religiones que tropiezan o se ceden el paso con sonrisas y parecen disfrutar de lo mismo: no tener más obligación que gozar de su tiempo libre. También ves cómo en tiendas y bares te atienden personas de todos los colores, sin que se aprecien grandes conflictos.

Sin embargo, vuelves de un verano luminoso y rebosante de roces entre pieles y te encuentras con el hecho incontestable de que la inmigración, o más bien una cierta clase de inmigración de color oscuro y bolsillo vacío, se ha convertido de repente en el asunto que más preocupa a tus paisanos, esos compatriotas que hasta hace poco era como si llevaran en su ADN la necesidad de buscarse la vida en otros países, en otros continentes, que tenían rostro y ropas de emigrante, y cantaban con voz rota y lágrimas en los ojos ‘Adiós, mi España querida’. Esos que todavía se quejan de que sus hijas o nietos tengan que salir del país para salir adelante.

Mientras España olvida, Europa entera se está dejando arrastrar por esta ola y busca de manera inmisericorde construir, en territorios externos, auténticos campos de concentración donde meter a esas personas que arriban a nuestras costas persiguiendo lo mismo que siempre ha perseguido la humanidad: mejorar. Y aun así, el continente más cristiano del orbe se comporta peor que el rico Epulón de la parábola, porque ni siquiera dejamos a nuestras puertas al pobre Lázaro, sino que pretendemos enviarlos muy lejos de nuestros ojos, no vaya a ser que el corazón sienta.

En nuestro país aun no han triunfado las fuerzas políticas que propugnan este tipo de ‘soluciones finales’. Algún representante del autosatisfecho espectro (y nunca mejor empleado el término) derechista ha propuesto enviar las patrulleras a evitar que los atribulados viajeros de pateras y cayucos lleguen a perturbar la dulce indiferencia que dormita en las hamacas de nuestras playas. Este país de María Santísima no es que no haya leído a Niemoller cuando advertía de que los que primero fueron por los comunistas, luego por los judíos, los sindicalistas, acabarían yendo por todos nosotros; es que se ha olvidado hasta de las parábolas.

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