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La puerta abierta

La tribuna

24 de diciembre 2015 - 01:00

DICE Julio Cortázar en su obra Rayuela : "Se puede matar todo menos la nostalgia (…) la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta, ata y engaña". ¿Nostalgia de qué? La vida del ser humano es una continua espera aún cuando no sepa muy bien qué es lo que espera. Un importante poeta italiano, Cesare Pavese, escribía en su diario el mismo día que recibía un gran premio: "Roma, apoteosis. Sin embargo ¿esto es todo? ¿por qué mi corazón sigue esperando más? ¿Cuándo alguien me ha prometido ese más? Y si nadie me lo ha prometido ¿por qué sigo esperando, qué sigo esperando?" El cinismo de la posmodernidad ha pensado que reduciendo el deseo se calmará la herida. Pero no hay quien pueda acallar el grito del corazón..

La Navidad es el tiempo de la nostalgia y por eso se hace tan insoportable para muchos. En el fondo piensan que - como dice Jean Paul Sartre - la verdad que se esconde detrás de tanta hipocresía es que "el infierno sí existe, el infierno son los otros". Aquí radica la importancia de la afirmación machacona del papa Francisco al convocar este Año de la Misericordia: "No somos fruto del azar sino de la Misericordia, no somos anónimos sino hijos, no somos "seres-ahí-expuestos - en la expresión de Heidegger - sino amados y únicos". Una de las grandes enseñanzas de Buda, a la que llegó después de décadas de meditación, fue justamente ésta: que toda criatura es digna de compasión, que la compasión es la única actitud verdaderamente sabia del hombre, tan necesitado él mismo de compasión. Es urgente alcanzar esta sabiduría en este mundo que se nos rompe entre las manos. La sabiduría de los que han gastado su vida por los demás y, lejos de sentirles como un infierno, se han dado cuenta de que los otros son el único medio para realizarse a sí mismos. Esa extraña felicidad de quien - como san Francisco - pide: "Señor, hazme instrumento de tu paz. Que donde hay odio ponga yo amor, donde hay ofensa reconciliación, donde hay división, unidad".

Quien vive con misericordia se encuentra reconciliado y quien se sabe amado gratuitamente sabe ser generoso con quien no lo merece. El amor es el descanso del alma hasta tal punto que, como dice San Juan de la Cruz, "El que ama, ni cansa, ni se cansa". ¡Maravillosa experiencia que comparten cuantos acudieron respondiendo a aquella llamada: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré" (Mt 11,18).

No. El azar, el caos, el absurdo, la nada, no son la clave de la realidad. La fuerza oculta que mueve el universo es la Misericordia. Es la compasión de un Dios que nos abre las puertas de la casa que añoramos con infinita nostalgia porque ésa es la verdad más profunda del hombre. Este es el hogar siempre encendido, siempre esperándonos, porque al final nuestra dolorosa espera, nuestro deseo tozudo es sólo un pálido reflejo del insoportable dolor con que El nos espera y nos desea. Así de bien lo comprendió el "ateo" Miguel de Unamuno al final de su vida, que quiso rezar en su lápida: Acógeme, Padre Eterno, en tu seno, misterioso hogar, que aquí vengo cansado y deshecho del duro bregar.

La Puerta de la Misericordia que se ha abierto en el Jubileo de este Año Santo primero en Roma y después en nuestra Catedral se abrió hace ya veinte siglos en Belén. Acogerse a la ternura del Niño Dios nos reconcilia con Dios y nos convierte en don, como El. En medio de la nostalgia y la hiel quien quiera puede gustar la miel. La puerta queda abierta para pasar y ya nadie la podrá cerrar.

Feliz Navidad.

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