La punta ciudad sin ley

26 de octubre 2024 - 03:04

Hace algo más de 30 años había en toda España un debate sobre el botellón, la costumbre que habían adoptado los jóvenes de reunirse en calles y plazas para beber, charlar y lo que se terciase. Los ayuntamientos regulaban como podían los incidentes que provocaban entre los congregados y con los vecinos. En Cádiz se juntaban muchedumbres en la plaza de Mina, Argüelles, Manuel Rancés y alrededores. El Ayuntamiento encabezado por Carlos Díaz aprobó algunas ordenanzas para limitar estas concentraciones y obligar a los bares a que insonorizasen sus establecimientos y no permitiesen sacar bebidas a la calle, hasta el tipo de puertas que debían usar. Recuerdo que causó estupor que el hoy Rey de España, a la sazón Príncipe de Asturias, un joven guardiamarina que iba a partir en el Elcano, se fue de marcha por bares de Cádiz, algunos sin licencia siquiera, con gran indignación de los vecinos afectados por alguno de los pubs. Creo que estaba al frente de la Consejería de Gobernación de la Junta Alfonso Perales cuando se creó una normativa que regulaba lo que se dio en llamar entonces los polígonos de copas, las zonas en el extrarradio de las ciudades donde se debían concentrar discotecas, pubs y bares, con horarios concretos según la actividad. En Cádiz se mandó a los jóvenes a la Punta de San Felipe, donde se construyó una zona abierta a esta actividad, que ahora está en obras, precisamente, para albergar otro tipo de establecimiento. Los mandamos a La Punta, lo más lejos posible de lugares habitados, dentro de lo que se puede permitir una ciudad tan pequeña como Cádiz. La Punta se convirtió, casi, en una ciudad sin ley donde de manera periódica había enfrentamientos e incluso murió algún joven en altercados. La última reyerta no hace sino llamar la atención de algo que ya es habitual en todos los polígonos de copas de España, con mínima presencia policial y permisividad con horarios y con la distribución de alcohol a los menores. Los padres miramos para otro lado o hacemos como que no nos enteramos de lo que allí pasa, nuestros hijos se reúnen al calor de la bebida por la razón de que “todos van”, no iban a ser nuestros niños los únicos que no fueran. A mí, sin ir más lejos, mi padre me obligaba a estar en casa a las 10 de la noche hasta los 18 años, que abandoné el hogar familiar. Ahora niños de 14 ó 15 años pasan la noche al relente, muchos de ellos con alcohol que han comprado en algún supermercado, para poder beber a precios asequibles. La Punta es ese lugar donde ningún adulto quiere mirar ni saber lo que ocurre, salvo cuando actúa el Gran Reguera en el Momart, que los puretas nos damos cuenta de lo que hacen nuestros hijos. El signo de los tiempos.

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