El microscopio
Un lío de nombres
El pinsapar
Nos hemos ido a la cama con las imágenes de puntos luminosos en el cielo nocturno de Israel, unos estallando al chocar contra otros puntos luminosos que se movían en su búsqueda y otros siguiendo su curso y explotando en el suelo. Nos decían que eran cohetes disparados desde Irán. Al lado de esas imágenes relativamente limpias, fuegos de artificio en el cielo nocturno, otras imágenes tomadas bajo el sol, ciudades destruidas por la artillería y la aviación. Es la guerra, se habrán dicho algunos. Así es, se trata de la guerra otra vez. Hay ambulancias, vestíbulos de hospitales llenos de heridos sangrientos. Israel, Líbano, Siria, Jordania… Hasta Irán está ahí al lado, a pocas horas de avión. Además de la larga guerra de Ucrania mártir ya tenemos una guerra a punto de extenderse por varios países cercanos. La brutal receta que reza que quien mata más y destruye más, gana, vuelve a los escenarios de la destrucción. Pobre España, no hace un siglo vivió esa vida sin alma pueblo a pueblo. La vida humana no tenía valor. Los hospitales se llenaban de heridos y los cementerios de muertos asesinados. Los campos eran de batallas sin misericordia, no de cereal, ni de olivos o frutales. He dormido en las ciudades cuyos nombres se nombran en esta guerra de puntos luminosos del cielo nocturno. Pudo haberme llegado ese fuego lanzado desde lejos mientras buscaba los caminos del Maestro de Vida Eterna, el Hijo del Carpintero, Dios hecho hombre por nuestra salvación. Me entristece más si cabe todo lo que ocurre ahora, y lo que se prevé que va a ocurrir en el futuro inmediato. Digo que a los centenares de misiles enviados ciegos contra Israel, esos puntos luminosos del cielo nocturno de la otra noche, les llegará una réplica que a saber. Destrucción por destrucción, ojo por ojo. Nada tiene que ver, pues, con la salvación. Es una triste condena, una ecuación fatal. Como la lucha contra las tiranías que se dan también ahora en el mundo. Pedir perdón o no por algo que ocurrió hace cinco siglos sobre la base del perdón que habría que estar pidiendo ya por lo que ocurre ahora, es una caricatura del perdón. Por eso apagada la televisión tras ese cielo del espanto y esas ciudades recogidas en refugios, ya en la cama a oscuras con los ojos cerrados uno puede llegarse con la imaginación a esos lugares que se acaban de ver en la televisión, los hospitales llenos de heridos que sangran y sufren, y familiares que lloran a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos. Dormir así no es posible, no es posible.
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