La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
La aldaba
Pedro Sánchez exhibe un impresionante descaro al mover a sus peones. El tipo es un genio al que se le queda corto el puesto de titular de la Cátedra de Habilidad y Supervivencia. Maneja a su cuadrilla como fichas en el juego de la oca a las que hace saltar del Consejo de Ministros a la institución que necesite controlar. El sanchismo es como las promociones de adosados en las áreas metropolitanas de las capitales. Nunca dejan de extenderse como manchas de aceite (sin IVA). Resulta curioso cómo sus partidarios se esfuerzan en vender las bondades de estos arrebatos de poder y en justificar el asalto de muchos organismos mediante contorsiones periodísticas de fina elaboración. Algunos son burdos. Otros casi artesanos. Pero lo mejor es que el propio Sánchez no se molesta ni en aparentar. Una de las características del estilo de gobierno del “puto amo” (Oscar Puente dixit) es la jactancia, la desfachatez y la normalización del desahogo como modus operandi. Sánchez no explica, toma decisiones. Sánchez no aparenta, ejecuta. Sánchez no disimula, manipula. Y con menos vergüenza que un gato en una matanza. El envío de Escrivá al Banco de España es el enésimo ejemplo del Puro Sánchez, D. O. Y algunos se empeñan en explicar que no solo no es censurable que se pase del sillón de ministro al del banco central, sino que es muy conveniente que alguien “con experiencia en el Gobierno” dirija el Banco de España, porque eso nos fortalece en Europa. Pinochos, Pinochos. Es menester que los contorsionistas se crean sus propias mentiras porque en ello les va la calidad del sueño. Los apasionados defensores de Sánchez recuerdan al Blas Piñar del tardofranquismo, el notario que fundó Fuerza Nueva y que era más franquista que el propio caudillo. Estos turbosanchistas se molestan en fabricar bondades para tapar desmanes que ni siquiera inquietan al propio Sánchez, creador de un estilo populista, sin el más mínimo recato y muy peligroso por la influencia que puede generar en generaciones de jóvenes votantes que pueden ver como naturales ciertas maniobras. Poco nos puede sorprender ya de Sánchez, acaso nos quedará evaluar el daño provocado a la democracia. Todo poder tiende al abuso, todo poder debe ser fiscalizado, escrutado y vigilado. Ningún partido es ajeno a la vocación de perpetuarse en el poder. Pero nunca habíamos visto tantos saltos de oca en tan poco tiempo. España no va como un cohete, es Sánchez el que se ha subido al cohete. Por eso se sitúa por encima del bien y del mal. Es único, es distinto, es el producto perfecto de una sociedad sin valores que cuando viste chaqué se echa las manos a los bolsillos. Si así es el original, no se pierdan las imitaciones.
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