La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La firma invitada
Cuando viajo a países del hemisferio sur siempre me llama la atención que la mayoría del personal va en chanclas, con lo incomodas y poco prácticas que pueden resultar en determinados firmes del terreno y situaciones del camino. Seguramente en la mayoría de los casos será porque sus economías no dan para más, pero yo siempre he asimilado esa imagen con un espíritu, una filosofía de vida, que suele ir unida generalmente a un clima confortable y una bondad de la naturaleza. Aspectos ambos que permiten una vida relajada, sin demasiados objetivos autoimpuestos ni metas a alcanzar. Es el Hakuna Matata de los suajilis, que Walt Disney popularizó, el "despacito mi hemmano" de los cubanos o el "take it easy", de los angloparlantes.
Y siempre he pensado que aquí en Cádiz tenemos algo de eso, que también andamos mucho en chanclas. Y es normal porque para algo somos una mezcla de culturas americanas y africanas. Y Cádiz es La Habana con más salero, como ya sabemos, y África está a un tiro de piedra, como quien dice. Y aquí el clima también es una bendición y se vive muy bien, para que engañarnos.
El problema viene cuando esa filosofía condiciona nuestra vida. Cuando las chanclas de los pies se nos meten en el espíritu. Y empezamos a pensar que somos especiales, que con lo bien que se vive aquí no hace falta esforzarse para mejorar. Que con lo que tenemos vamos que nos matamos y que son los demás los que se tienen que esforzar en hacerlo mejor porque no tienen la suerte de vivir en un paraíso como nosotros.
Y de pronto lo que debería ser una gran ventaja se convierte en un gran inconveniente: que para nuestras cosas el listón nos lo ponemos muy bajo. Que en la mayoría de los casos nos vale con el aprobado raspado y no nos esforzamos por el notable, no digamos por el sobresaliente.
"Para qué si el de al lado lo hace igual". "Si total para Cádiz eso vale". O, "claro es que eso viene de fuera". Cuántas veces hemos escuchado o incluso pronunciado esas palabras sin darnos cuenta del daño que hacen. De que esa falta de ansia de mejora es uno de nuestros mayores lastres. De que mezclamos la playa, el pescaito frito y el Carnaval con la falta de espíritu de superación, las ganas de mejorar o el interés por hacer las cosas lo mejor posible. Y confundimos las chanclas de La Caleta con las del espíritu.
Pero me temo que el verano se ha terminado definitivamente. Es tan duro como inevitable. Han vuelto los colegios y se han ido las jornadas intensivas. Y con ellas se han ido las chanclas, los pantalones cortos y las camisetas. Volvemos a la vida normal. Y deberíamos aprovechar para quitarnos también las chanclas del espíritu. Porque estamos en un momento para Cádiz que quizá no vuelva a repetirse. O por lo menos no lo veamos la mayoría.
De aquí a 2012 nos quedan muchas carreras por correr y muchas cuestas que subir. Y no podemos hacerlo en chanclas. Necesitamos ponernos unas buenas zapatillas deportivas o ajustarnos unas buenas botas. Estamos en un momento único para la Bahía. Pero todas las ayudas del mundo, todas las subvenciones que vengan y todos los apoyos oficiales no servirán de nada si no aportamos lo más importante: el espíritu. La ilusión, las ganas de trabajar, de mejorar y de hacer las cosas mejor que los demás. Porque eso es el progreso. Y lo contrario es esperar a que nos coman las moscas, o las multinacionales.
Este es el momento de darle una última vuelta de tuerca a las cosas, de preguntarnos si no lo podemos hacer mejor, de quitarnos el chip de que yo he hecho lo mío y el resultado final ya veremos. De ponernos el listón muy alto, que ya nos lo bajará la realidad, de apuntar al 10 para quedarnos en un 8.
De quitarnos las chanclas y ponernos las botas, que gracias a Dios, siempre nos quedará La Caleta para chancletear.
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