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La filtración de la probable sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos (que permitiría a los legislativos de cada Estado regular el aborto) ha tenido ya un efecto firme. Ha sacado a los partidarios del aborto a realizar en las calles y en los medios las más extravagantes performances. A lo Marina Abramovic. Sacándose muñecos del vientre y destrozándolos. O dando gritos histéricos. O derramando pintura roja. Etc.
Creo que es legítimo, además de lógico, medir la racionalidad de una norma por la coherencia de sus defensores. Los del abortismo americano no son filósofos. Por otra parte, su sentido de la democracia brilla por su ausencia. Obsérvese que no protestan realmente contra ninguna prohibición, sino contra la posibilidad de que se permita a los parlamentos democráticos de los estados legislar conforme a la voluntad mayoritaria del pueblo.
Aquí tampoco andamos sobrados de lógica. ¿Qué incoherente pulsión de muerte hace que el Gobierno celebre como un avance que se permita abortar a los menores de edad sin consentimiento paterno cuando a esos mismos menores se les prohíbe ir de excursión con el colegio sin una autorización firmada? Conducir, por supuesto, está prohibidísimo, y fumar, y votar, y prácticamente todo. Menos practicarse un aborto. Con las secuelas psicológicas que deja, además, según todos los estudios independientes y las estadísticas fiables.
¿Qué hace al aborto diferente y preferible al resto de las actividades? Desde un punto de vista antropológico, científico, jurídico, íntimo es mucho más grave que fumar o beber, no digamos que ir de excursión. ¿Por qué entonces esa cobertura política tan intensa incluso contra los derechos del menor a la tutela paterna? Es una pregunta muy simple que nos lleva a atisbar una extraña sacralidad invertida en el aborto. Parece el rito fundante de la postmodernidad. Pero ese es otro artículo, que además ya escribí cuando comentaba esa jaculatoria pro-abortista que reza que "el aborto es sagrado". En un sentido oscuro, lo es.
Hoy basta con señalar las evidentes vulneraciones del sentido común y de la sensibilidad en las que incurren los partidarios en sus proyectos de ley, en sus declaraciones y en sus protestas. Para el observador ocasional que no ha perdido su capacidad crítica, la falta de lógica y de prudencia debería escamarle. Hay un voluntarismo irracional en la propagación del aborto que asombra e interpela.
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