Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
Siempre me pregunté por qué los partidarios del lenguaje genérico perpetraban, además, la grosería de poner sistemáticamente por delante a los varones o machos en casi todos y casi todas los supuestos y las supuestas. He descubierto la razón, y me ha dado un alegrón y una alegría. Porque me libera de dos prejuicios de una tacada. He de confesar que había pensado mal, y eso es una de las cosas más feas que pueden hacerse. La mismísima Orden de la Jarretera, en su lema, lo prohíbe: “Honi soit qui mal y pense”, esto es, “Avergüéncese quien haya pensado mal”. Yo pensé mal y me avergüenzo, pero ya no, y me alegro. Quizá ahora sólo pienso regular, pero es un progreso.
Mi primer mal pensamiento consistía en suponer que, al error gramatical de usar el lenguaje inclusivo (excluido por la Real Academia Española), se correspondía, en estricta justicia poética, el error descortés de poner a los machos por delante. No podían estar sólo a medias equivocados.
El segundo mal pensamiento era suponer que, para evitar a toda costa el gesto heteropatriarcal de cederle el paso a las chicas, se incurría en el gesto contrario. O sea, “A la igualdad por la mala educación”, que podría ser el lema de muchos revolucionarios; como también “A la fraternidad por el compadreo” o “A la libertad a base de zafarnos de responsabilidades”.
Sin embargo, no. La verdadera razón para poner por delante el masculino cuando vamos a repicar campanudamente los géneros de nuestro discurso es otra. No se acogen ni de broma al masculino de uso genérico que prefiere la gramática, la lógica y la tradición, pero lo ponen por delante para engañar al incauto oyente. Ese primer masculino, compañeros y compañeras, resuena a todos los hablantes como el correcto masculino de uso genérico, de manera que sólo nos choca, entrando ya de rondón, como añadido, la segunda parte de la incómoda y premiosa repetición. Se trata, obsérvese qué finura maquiavélica, de colarnos la mitad de la expresión de rondón, vestida al principio de expresión correcta. La violencia gramatical es un 50% menor y llega un 50% más tarde.
Sólo cuando el uso redoblado termine de imponerse del todo podrá adelantarse el femenino o alternarse aleatoriamente, si no se quiere heteropatiarcar, o añadir también los sustantivos terminados en -e de remate. En todo caso, para el estudio lingüístico de la historia del proceso, el orden de los factores queda explicado.
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