Enrique / García / Máiquez /

El reaccionario

Su propio afán

06 de octubre 2016 - 01:00

SI fuese editor, encargaría una traducción urgente de O reacionário del brasileño Nelson Rodrigues. El libro es sólo una recopilación de artículos, pero tiene, además del encanto sensual de su prosa y del resplandor de su inteligencia, el mérito de demostrar empíricamente que, mientras la modernidad envejece y las modas mueren, la reacción permanece. Columnas escritas de 1969 a 1974 conservan su frescura.

Rodrigues arremete contra el psicoanálisis, los hippies, el destape -sobre todo, contra los ombligos-, los intelectuales marxistas, la educación sexual, a la que considera "la mayor impostura de la época", el terrorismo ("Según esta vil campaña, los únicos que no recurren a la violencia ni practican el terrorismo son, precisamente, los terroristas"), la autoayuda ("El único sujeto realizado es el Napoleón de manicomio, que no tendrá ni Waterloo ni Santa Helena"), etc.

Saca verdadero su autorretrato: "Mi impuntualidad es una virtud: yo llego antes". En efecto, su crítica exacta a nuestro tiempo llegó con décadas de adelanto. Predice nuestra decadencia hasta en el uso de las palabrotas, que antaño se guardaban para las grandes ocasiones y no se usaban con la banalidad de hogaño, que las degrada. Al nihilismo opone el dolor real: "Esta es nuestra degradación: sufrir menos, cada vez menos, hasta olvidar. […] Qué bueno es sufrir de viejas penas". "La verdad es que no hacemos otra cosa en la vida, sino olvidar el espíritu", nos advierte.

Se acoge al sagrado del amor: "La simple esperanza del amor eterno impide que el hombre se pudra delante de nuestros ojos". Y contraataca: "El hombre comenzó su propia deshumanización cuando separó el sexo del amor". Sin rendirse: "Una historia de amor... despierta en el hombre una brutal nostalgia de sí mismo".

"Imaginen ustedes un centauro que fuese mitad caballo y la otra mitad también. Ésta es la imagen que tienen de mí tirios y troyanos". El motivo: "Hay sujetos que nacen, envejecen y mueren ser haberse atrevido jamás a un raciocinio propio. El sujeto que simplemente opina por su cuenta tiene algo de suicida". Por suerte, él, tan suicida, se contaba entre "esa media docena de individuos que se toma en serio la vida eterna". Y la de la fama, en la que puso buena parte de su esperanza literaria: "Cada época tiene su escala de valores y el genio de hoy puede ser el idiota de mañana, y viceversa", escribió con tinta epigramática.

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