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Releer a Wodehouse es un deber inexcusable. Surcar sus páginas nos lleva a un universo quizá inexistente, pero pleno de veracidad, moral y principios. Orwell, siempre tan apegado a su ideología, escribió que “la mayoría de sus personajes son parásitos y algunos, imbéciles, pero muy pocos podrían ser descritos como inmorales”. Todos ellos, porque un caballero siempre mantiene la compostura incluso en los momentos más terribles, deambulan entre contenidos sobresaltos abonados de elegancia, buena educación y flema inglesa, identificándose de algún modo con el lector. ¿Quién no ha tenido un Jeeves en su vida, aunque no fuera su mayordomo? ¿Quién no disfrutó una alocada juventud como Bertie Wooster compartida con un grupo de amigos equiparable al indomable Club de los Zánganos? ¿A quién no han asaeteado a recriminaciones sus parientes más conspicuos? ¿No viven todas las familias un cierto grado de delirio como el que encabeza Lord Emsworth en Blandings Castle? ¿Y quién, para conquistar a una jovencita, no ha superado cualquier marca de idiotez en Worcestershire como le ocurre a Gussie Fink-Nottle en el desopilante episodio de la entrega de premios?
A Wodehouse se le lee con pausado deleite a la vez que se le devora con fruición. Sus relatos avanzan, sin aparentes complicaciones en la trama, armados sobre una prosa llena de gracia que nos mantiene la sonrisa alerta y la carcajada en guardia. Disfrutar de sus historias en estos tiempos de corrección política, puerilidad, pielfinismo y papanatismo donde todo ha de pasar los más ridículos filtros para no ser censurado, es un acto de elegante y deliciosa rebeldía. Pero como escribió el maestro, es buena norma en la vida no disculparse. La buena gente no quiere disculpas y la mala busca ventaja en ello.
En el mundo de Wodehouse, la lealtad es una extensión natural de la amistad; se aprecian el ingenio, la inteligencia, la elegancia, la empatía y la compasión y la discreción, personificada en Jeeves, es una obligación moral ineludible. Dirán que son valores de otro tiempo pero quien no sea sensible a ellos es posible que como escribió Shakespeare sólo naciera para traiciones, estratagemas y rapiñas. Evelyn Waugh lo resumió de un modo casi profético: “El mundo idílico de Mr. Wodehouse no podrá nunca quedarse anticuado. Seguirá liberando a futuras generaciones de una cautividad quizá aún más fastidiosa que la nuestra”. Y por eso mismo debe releerse aunque solo sea porque se cumple medio siglo de su muerte. Y si aún no lo han disfrutado, ¿a qué esperan?
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